Los vendedores de elecciones anuncian que el domingo se disputa la segunda vuelta de las generales. El reloj se les ha adelantado, porque la revancha se celebra hoy con la constitución de las cámaras. En el Congreso y el Senado se advertirá la nueva circunstancia política española, por encima de unos comicios europeos superados en audiencia por el festival de Eurovisión, que se disputa en el mismo ámbito. La derrota electoral equivale a la notificación de una sanción, la apertura de la legislatura significa el pago de la multa.

La segunda vuelta de las generales afectará principalmente al PP. Al tomar asiento, los diputados populares afrontarán la constatación geográfica de que solo ocupan la mitad de los escaños que dominaban un par de meses atrás, una tercera parte de los asientos que rellenaban hace cuatro años. Ningún análisis numérico permite acomodarse a la idea de que los aplausos sonarán tres veces menos intensos, o que los abucheos al rival se verán amortiguados por triplicado. Después de cuarenta años sin bajar del centenar de parlamentarios, 66 es una cifra depresiva. Se sitúan por debajo del listón de Podemos en la anterior legislatura, y acosados por los Ciudadanos que ocupan un bloque similar.

La experiencia tridimensional de la segunda vuelta supera a la lectura de los resultados. Los diputados conocen al minuto la secuencia de esta mañana, una rutina que no disminuirá el impacto. Entre los rehabilitados, el?PSOE verá un diputado y medio donde antes había uno solo, con los efectos musculares, visuales y auditivos asociados. El cambio de mayoría absoluta en el Senado radicaliza el arrinconamiento de los populares, pero la cámara mortuoria es menos atractiva que Eurovisión. El partido de ida fue el PP, y el partido de vuelta se llama PSOE. Ambos apreciarán hoy la inmensidad del Congreso, la traducción de las urnas a capital humano.