Es evidente que se puede ser admirador de la cultura alemana y de los judíos, creemos no solo en su compatibilidad esencial sino en una curiosa intimidad.

Es posible que quien mejor haya expresado el sentimiento alemán sea el judío asimilado Henrich Heine: el autor de Lorelei, un poema a las esencias germanas que ni los nazis se atrevieron a destruir, se limitaron a convertirlo en apócrifo. Está el culto a la tierra (Volk), a la patria (Heimat), a lo popular (Volkisch, llave maestra del etnicismo), el espíritu del pueblo (Volkgeist), que conforman la clave de bóveda de la Kultur reivindicada como contraposición a la idea de civilisation francesa.

La idea de pueblo, de comunidad, es alemana pero también judía. En un caso, natural como lugar ancestral, en el otro, religioso. En mi caso, la parte más sublime, honda y poética de lo alemán lo he presentido a través de los judíos, como fuerza telúrica con el crítico literario Reich Ranicki, y en general, con los judíos asimilados capaces de sentir el idioma como Paul Celan (judío rumano de lengua alemana) y la cultura alemana, hasta casi el arrebato.

Entre judíos y alemanes hay un parentesco de fondo, los dos han mitificado su tierra hasta hacerla sagrada. La Tierra prometida judía entraña un acendrado vínculo espiritual y religioso, constitutivo y fundacional. En el caso alemán, es seguramente más fuerte por natural, carnal sanguíneo: Vaterland, tierra paterna.

Si el pueblo judío es el pueblo del libro -como dice el escritor judío Amos Oz: un pueblo que dialoga constantemente con los textos sagrados-, los alemanes protestantes son el pueblo de otro libro: de la Biblia luterana y el alemán unificado.

El rollo de la Torá frente a la Biblia de la imprenta de Gutenberg. Ser pueblos del libro les confiere una hondura especial y esa hondura espiritual los conducirá a la exacerbación: a los protestantes alemanes al pietismo y a los judíos al jasidismo en torno al S XVIII.

Dos piedades extáticas, comunitarias, que no monacales, de exigente experiencia personal, casi incapaces de acoger tanta espiritualidad. Ambas culturas son patriarcales, descendientes de Yahveh. Pero la alemana proviene de una mitología plena de figuras recias, coléricas, dominantes: Wotan/Odín, Thor, aunque los judíos no quedan a la zaga con Abraham, Moisés, el Maligno. Unos poseen el trueno de Thor, los otros el rayo que prendió la zarza para Moisés. Todos se impusieron a los hombres. Ominoso heteropatriarcado, infames mitos: tan despreciable la cultura, digo yo.