El título de la columna lo anuncia desde hace años. Hace muchos intenté aclarar cómo era la curva de mi izquierda. Hoy que el socialismo acaba de sacar del horno su triunfo electoral quiero reflejar los matices y líneas rojas que marcan mi ideario y puede que el de alguno de ustedes. Me considero una persona de izquierdas. Un progresista, o como quieran ustedes llamarlo. Alguien que tiene como prioridad los temas sociales. Los asuntos de todos.

Cuando digo que me considero una persona de izquierdas, no me refiero a que necesariamente me identifique al cien por cien con Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, me refiero a que para mí la sociedad está por encima del individuo. De esa idea viene su nombre. Esa es su esencia.

En España, hasta ahora, no siempre los que se llaman socialistas ponen la sociedad por encima de las libertades individuales. Sin embargo, en el socialismo, por encima de la sociedad no está ningún derecho individual. Y es que, a veces, ese socialismo mal entendido del PSOE o de Unidas Podemos ha hecho el juego al capitalismo más feroz y así tenemos un país donde el derecho de un ladrón o de un asesino está por encima del derecho de la sociedad a estar protegido de ese ladrón o de ese asesino. Por eso espero ansioso este tiempo nuevo que pilotará Sánchez, pues por ese socialismo mal entendido tenemos defraudadores que ponen las cuentas a nombre de testaferros y nunca les pasa nada porque no tienen nada a su nombre. Y lo mismo sucede con quienes roban al Estado, ya sea a través de su cargo o de subvenciones.

Para un socialista que se precie, el robo al propio Estado es un delito mayor, ya que se roba el dinero de todos. Y no puedo entender a los partidos que apoyan y acogen a estos ladrones. Un socialismo bien entendido no permitiría que los bancos y las eléctricas se forraran a costa de los ciudadanos con cláusulas abusivas y comisiones inventadas. Un socialismo bien entendido controlaría el precio de la vivienda para que un empresario no pudiese subir el precio de un año para otro en un treinta por ciento.

Un socialismo bien entendido aumentaría las ayudas sociales, pero penalizaría a todos aquellos que se llevan infinidad de euros al mes en ayudas sociales y luego no dan un palo al agua. Un socialismo bien entendido mejoraría la red educativa española, pero también penalizaría a todos aquellos padres que tienen hijos maleducados y violentos que impiden el derecho a la educación de los demás, porque -como digo- el derecho de la sociedad para educarse está por encima del derecho de un malcriado a romperle la clase a los otros.

Un socialismo bien entendido no puede aplaudir de alegría por ser el país que más turismo atrae, sino por ser el país que más turistas exporta. El socialismo que defiendo apoyaría la cultura en general sin importar la ideología política del artista. Un socialismo que procuraría un reparto más equitativo de la riqueza, una mayor protección del medio ambiente, el respeto a los animales...

Socialismo que no se quedaría con el gesto, con decir miembros y miembras, sino que se preocuparía por equiparar los sueldos de las mujeres por realizar el mismo trabajo. Un socialismo que no puede defender que el concepto de libertad quede reducido al derecho a practicar sexo en la calle, emborracharse en los parques, enseñar las tetas para protestar o darse un pico en el Parlamento.

Con esa filosofía, los socialistas quedamos representados por personajes corruptos que creen que ser progresista es el compadreo, la camaradería, el pelotazo de los programas de televisión, la incultura, la debilidad moral, la fiesta y el cachondeo. Y no. Ese no es el socialismo que defiendo y tengo la esperanza que este nuevo tiempo va a erradicar todo eso. Que así sea. Que no lo olviden los dirigentes... la izquierda pasa cuentas. Lo sabemos bien. Por cierto, el domingo a votar. No hay excusa que valga. El peor mal es la pusilanimidad.

Feliz semana. Felicidades madre, qué rápidos pasan los años y qué cortos se me hacen los tuyos.

adebernar@yahoo.es

PD Messi, me dio otra lección al estilo de las habituales pero esta vez fuera del campo. En la entrega de la Cruz de San Jordi no se dejó utilizar por los políticos independentistas. Dejó de aplaudir a los gritos de libertad para los políticos presos. Tienes como siempre mi aplauso, genio.