La isla de El Hierro impulsa a guardar infinidad de recuerdos que giran en torno a las vivencias del tiempo pasado marcado por el entusiasmo que un día en el ánimo produjeron. Y uno que es de allí, que correteó por sus plazas, jugando con los niños de la calle, de Tesine o de El Cabo a lo que la época nos ponía en las manos, desde los trompos a los boliches, tuvimos entretanto el conocimiento de personas que han ido dejando en el tiempo cosas gratas, que al atraerlas se siente regocijo y puro deleite.

Pero al transportarnos por los vericuetos de la memoria de la Isla nos llegan también las ausencias de aquellos que dieron cierto protagonismo a nuestra personalidad y que contribuyeron a ponernos en disposición ante la vida, emulándolas y pensado en ellas como prolongación de una historia que quisiéramos fuera igual.

La última conversación que mantuve con Candelaria fue en aquella plaza del Tamaduste, camino del Cantil, donde nos empeñamos en desenredar nuestro parentesco. Al que, al fin, dimos con él. Hablamos de sus abuelos María Reyes Espinosa Ayala y Ramón Ribera González, que fue hijo de Ramón Ribera Cumelles , su bisabuelo, natural de Barcelona, militar deportado a la Isla por motivo de las guerras carlistas, al que entroncamos con mi tatarabuelo José Blanich Cumelles, confinado en El Hierro por idénticas circunstancias políticas.

Había llegado Candelaria con su familia desde Venezuela y cuando yo comenzaba el Bachillerato en la academia de la maestra Inocencia, su empeño era que quería irse a Cádiz para hacerse ATS y a la vez Comadrona. Como así fue, y más tarde, ya estudiando Medicina, comentábamos sobre profesores que tuvimos en común, destacando José Luis Martínez Rovira, catedrático de Anatomía.

Candelaria fue la primera comadrona titular que tuvo la isla de El Hierro, impulsando una labor de dedicación total y ejemplar, lo mismo como ATS, que una vez que se inaugura el aeropuerto también desarrolló esta actividad junto a los médicos Juan Ramón Padrón Pérez y Antonio Barceló Burel.

Compartimos en el Tamaduste buenos momentos, desde los campeonatos que se programaban de ping-pong en el patio de su familia, hasta las tardes de baraja en casa de Mateo, sobre los rompientes del bañadero de las mujeres; o cuando como desde niño, veíamos a la juventud en la terraza de su tía Felicia que por las tardes bailaban o simplemente oían música con un viejo gramófono donde Carlos Gardel y Jorge Sepúlveda eran los protagonistas.

Las excursiones a la Caleta, a Temijiraque, al árbol santo, donde su predisposición para la alegría no dejó nunca de acompañarla. Se puede decir que en aquellos veranos, desde una infancia que quería estirarse veíamos a los más mayores como referentes de lo que queríamos ser, como Julián, su marido, un nadador de alta categoría y mejor persona (que, por cierto, Julián, su hijo, es su vivo retrato); y ella misma, que junto a mi prima Avelina y su hermana Piluca eran nuestra escuela de sirenas.

En los veranos hablamos de muchas cuestiones y donde las preguntas se entremezclaban en una conversación cordial que se deseaba fuera inacabable, para al verano siguiente seguir dándole vida al recuerdo y las viejas vivencias.

El próximo verano, Candelaria, amiga, no vas a estar, pero, seguro que seguiré junto a las olas rompientes de los cantiles o en las serenas aguas del río recordando nuestras sentidas palabras pero con la pena inmensa de no poder continuarlas.