Hay una frase que paraliza el cuerpo de los jugadores en cuanto la pronuncia el crupier; una cantilena capaz de concentrar éxito y fracaso en un puñado de segundos. Esa secuencia es tan azarosa que puede dejar a un millonario en cueros y a un asalariado a las puertas del universo con el simple chasquido de unos dedos. La destino es así de caprichoso. No suele dejarse atrapar por razones emocionales que expliquen el vértigo de nuestras vidas. Nada que ver con las sensaciones que experimentamos cada vez que nos convocan a unas elecciones. Entonces nos mortificamos buscando respuestas que aclaren pasado, presente y futuro: un tres en uno que la mayoría de las veces no ofrece pócimas mágicas. Mucho menos emocionante que acudir a un casino es agarrar un folio en blanco y un lápiz, dibujar una línea en el centro del papel y empezar a anotar pros y contras. Así solemos resolver las dudas la mayoría de los mortales. Lo otro es jugar a la ruleta rusa hasta exponerse a que una bala termine con nuestra existencia. O nos apuntamos a la vieja receta, o decidimos escuchar el incierto "¡Hagan juego, señores/señoras!".