A las pocas horas se encontró el cuerpo del bebé que cayó de la patera al desembarcar en las costas de Arguineguín. Tenía apenas año y medio. Como soy ya mayor, y torpe, y gilipollas, y nada he aprendido durante un desastroso medio siglo, pienso que se deberían haber suspendido los actos de la campaña electoral en todas las Islas. El pequeño no fue, ciertamente, vicepresidente de ningún gobierno, sino una criatura que intentaba salvar su vida y la perdió cinco minutos antes de alcanzar la tierra. Lo mismo le ocurrió a otra mujer que también se arrojó al mar quizás sin saber nadar para llegar a la costa, que casi tocaba en la punta de los dedos, que creyó ver a pocos metros con las pupilas abiertas por el espanto. Gritos de terror, frío, cuerpos que se hunden y son arrastrados por la corriente. Lo que pasó cientos de veces durante lo que se llamó la crisis de los cayucos. No es nada nuevo.

La gente es rara. En los cuatro primero meses del año han llegado a Canarias por mar 24 embarcaciones con un total de 234 migrantes abordo. Es cierto que son bastante más que el doble que en el mismo periodo de 2018, pero aun así son pocos. La mayoría de nuestros conciudadanos no reflexionan un minuto sobre la desaparición de cayucos y pateras durante lustros. Han desaparecido -aunque ahora vuelven- no porque por los caminos del África subsahariana corran ahora la leche, la miel y los antibióticos, sino como consecuencia directa de las políticas militares, diplomáticas y administrativas que se pusieron en marcha desde la UE, interconectadas a veces y superpuestas otras con las directrices de los Estados asociados: la coherencia y la cooperación no han sido cualidades demasiado operativas. Por decirlo suavemente: esos migrantes frustrados están tan jodidos y maltratados como antes, pero nos las hemos arreglado, con un ventajismo ruin, para que se queden en sus casas o en algún lugar de su ruta hacia la Utopía de 600 euros al mes.

Como han escrito, entre otros, Samuel Pulido, la migración es uno de los desafíos democráticos centrales de la UE y la gestión de semejante reto marcará o un nuevo impulso para la evolución del proyecto europeo o la persistencia en la involución bilateralista, el enclaustramiento, la concepción de los derechos humanos como parque temático europeo, la rendición incondicional al capitalismo financiarizado y las democracias de baja intensidad, cuando no abiertamente iliberales, al estilo húngaro. Después de la exhibición buenrollista y palcolor en la acogida de los pasajeros del buque Aquario, el Gobierno de Pedro Sánchez no tuvo mayor problema en practicar devoluciones en caliente en las fronteras de Ceuta y Melilla, se abstuvo de retirar las concertinas de las vallas y evitó cualquier prisa para derogar -al menos parcialmente- la ley de Seguridad Ciudadana del PP.

Van a seguir llegando, sufriendo y muriendo. Atravesando el Mediterráneo -una ruta más larga y penosa como alternativa al Atlántico- o intentando, pese a todo, poner pie en Canarias. La distinción entre asilado e migrante se antoja bastante vaporosa y, según los contextos, atufa ligeramente a racismo y xenofobia. Es pasmoso que esta situación no forme parte de las prioridades en la agenda política canaria. De tarde en tarde flota un instante en la sopa informativa y luego desaparece. Como el bebé ahogado en las aguas grancanarias.