Margarita Salas cumplirá ochenta y un años en noviembre de 2019. Es bioquímica y fue pionera de los primeros estudios de genética molecular que se desarrollaron en España. Margarita fue discípula de Severo Ochoa y, a pesar de haberse jubilado hace años, sigue trabajando con el mismo entusiasmo en el Centro de Biología Molecular del CSIC, que lleva el nombre de su maestro. Margarita tiene tantos premios y distinciones que lo de menos es citarlos, además de que ocuparían toda la página, lo cual sería muy cómodo para el cronista. Incluso, hasta es marquesa, pero no lo parece, porque no mira con ese desdén con que se supone que lo hacen las marquesas o como lo hace, al menos, la de Casa Fuerte, ya citada hace días. Que en su momento fuese elegida para formar parte de la Real Academia Española, la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia Europea de Ciencias y Artes, o que haya presidido el Instituto de España -siendo la primera mujer que ha ocupado ese cargo- refleja la importancia del papel que ha tenido para romper, sin hacer ruido, muchos techos de cristal. Hace unos días se conocía que Margarita, junto a otros dos científicos españoles, está nominada por la Oficina Europea de Patentes para el Premio Inventor Europeo en la categoría Life Time Achievement por sus aportaciones en biología molecular y genética. Como ella misma ha confesado, durante la realización de su tesis doctoral, a principio de los sesenta, pudo sentir cómo las mujeres eran discriminadas en los ámbitos científicos y académicos, porque "se pensaba que la mujer no servía para investigar". Hace unas semanas, un grupo de profesoras y profesores de la Universidad de La Laguna propuso a su Consejo de Gobierno a Margarita Salas como receptora del doctorado Honoris Causa, a través de una iniciativa canalizada por la Escuela de Doctorado y Estudios de Posgrado. Si hubiese sido aprobada -que, en realidad, lo fue, aunque puede que no con entusiasmo a ciertos niveles-, Margarita sería la segunda mujer que recibiese esa distinción -que distinguiría recíprocamente a la universidad que la otorga-, y la primera científica de un total de treinta y nueve galardonados. Lamentablemente, las universidades, y la ULL no es una excepción, se rigen por reglamentos en ocasiones oscuros y casi siempre poco flexibles, y el proceso se ha detenido por una interpretación cicatera de las formalidades. Que se sepa, no se ha producido ninguna intervención del equipo de dirección para resolver el proceso y facilitar el cumplimiento del acuerdo de su Consejo de Gobierno. Dada la inminente terminación de esta legislatura, es previsible que durante la misma la ULL no pueda recibir como doctora en su claustro a Margarita Salas. La buena noticia es que la siguiente persona que ocupe el rectorado será una mujer, con lo que una sensibilidad diferente podrá ser capaz de enderezar el tuerto. Tal vez sea mejor, y una excelente forma de comenzar una legislatura universitaria graciosa y lúcidamente teñida de violeta.