A estas alturas de la vida uno empieza e estar harto de ese tipo de personas que cuando les cuentas algo, ellos siempre tienen una anécdota mejor que contar al respecto. Son de una egolatría suprema y se creen el ombligo del mundo. Pecan de un egoísmo sin límites, no te dejan terminar la frase y ya te están largando una milonga que a su juicio es superior a la tuya. No les puedes contar nada, es inútil. Y todos conocemos un buen puñado, seguro. Familiares, amigos, amantes: da igual. Si les cuentas que tienes una serie de contratiempos que te agobian en un momento determinado, los suyos siempre serán más numerosos y mucho más espantosos: más interesantes. Saltarán como resortes ante cualquier conversación sin escuchar y desdeñando tu comentario, que en el fondo solo quiere pedir consejo, o descargar la loza que llevas encima. El infierno por el que ellos transitan siempre será mucho peor que tu contratiempo, y te quedarás con cara de gilipollas.

Pero es que a la contra, actúan de la misma manera. Oye, que te pasa algo maravilloso un día cualquiera y los haces partícipes; pues date por jodido. Sin brindarte el más mínimo refuerzo positivo, ellos siempre tendrán una historia mejor, más apasionante y serán más afortunados. No se cortan y se lanzan a contarte cualquier batalla que en ese preciso momento te llega a invitar a pasártela por la entrepierna. Y es eso lo que les invita a ser los protagonistas de cualquiera que sea la historia: mala, buena o todo lo contrario. Son el niño en el bautizo, la novia en la boda o el muerto en el entierro. Y yo he tomado la decisión de pasar, en la medida de lo posible, de toda esta caterva de protagonistas de todo y oyentes de nada. A uno lo que le insta es a mandarlos a tomar viento fresco. Sin complejos.

@JC_Alberto