La magistrada Sandra Barrera, del Número uno de lo Penal de Santa Cruz de Tenerife, se ha convertido en personaje por un día: primero por citar como testigo a una perra maltratada por su dueño, que la encerró estando aún viva en una maleta -él jura que estaba convencido de que había muerto tras una pelea con otros perros- y la tiró después a un contenedor. Y segundo por haber asegurado que si condena al dueño de la perra, éste irá a prisión aunque la pena que se le imponga sea inferior a los dos años. En una sorprendente interpretación de lo que un juez debe permitirse al hacer declaraciones a un medio, Su Señoría -que aún no ha dictado sentencia- explicó que se juzga un "execrable" caso de maltrato animal, y que no es obligatorio suspender el ingreso en prisión aunque la pena sea menor a los dos años. Meter al acusado en la cárcel, opina la jueza, generaría "conciencia animal". Y estaría justificado porque hay muchas personas en España que piensan que los animales también son miembros de la unidad familiar y "así los debemos tratar, también en un proceso judicial".

Resulta imposible no sentir simpatía por la pobre perra Milagros, superviviente de una historia para no dormir: herida, dada por muerta, encerrada en una maleta y tirada a la basura. Aun así, todo lo que rodea este juicio se me antoja excéntrico y mediático: la decisión de la jueza de llamar a Milagros como testigo parece una interpretación muy forzada de los derechos de los animales. Porque de eso se trata, en palabras de la jueza: de que "también los animales tienen obligaciones y derechos, y uno de ellos es acudir a su pleito". No sé de qué código o manual saca Su Señoría ese presunto derecho animal a asistir como testigos a pleitos, pero a mí me parece un derecho animal bastante cogido por los pelos.

Un juicio neutral y razonable -un juicio justo-, sería el que permitiera dilucidad si el dueño de la perra era consciente de que la perra estaba viva, y actuar en consecuencia. No parece que la presencia como testigo de la perra sirviera para determinar lo que sabía su dueño. La perra Milagros no declaró, ni pudo comunicarle nada al tribunal. Fue un testigo, por así decirlo, útil únicamente al propósito de crear "conciencia animal".

Un juicio en el que se cita a una perra (y a las televisiones para que filmen el episodio) y después se anuncia que es probable que el acusado entre en prisión para dar ejemplo, no es un juicio justo. Las sentencias pueden ser un buen estímulo para educar a las sociedades en el cumplimiento de la ley, la defensa de la vida y el respeto a los derechos humanos (y animales). Pero las sentencias no tienen ese objetivo. Cuando se imparte justicia debe huirse de la tentación de aleccionar o educar a quienes no están siendo juzgados. Porque una sentencia justa puede mejorar el mundo. Pero una sentencia dictada para cambiar el mundo no tiene porqué ser necesariamente justa o certera.