Un premio Cervantes tan justificado para sus lectores de antes, de ahora y del futuro, que esta literatura poética, tras parecer que no sirve para nada, acredita su utilidad para todo lo humano que es importante y no se desvela por otra vía.

Gracias a Ida Vitale por esos templos de palabra portátil que se vienen posando entre ojales de un alma colectiva. Por ese vuelo universal sin fronteras del ánima mestiza que no reconoce las patrias ciegas del abismo irreversible.

Esa poesía como orilla arrancada a la pared caduca de los cantos bélicos del mar y de la tierra secuestrada, y que navega ahora como puerta transparente del idioma español fecundado y despierto ante cualquier caricia paternalista neocolonial.

El exilio de la guerra incivil y sus poetas, que sostienen el mundo armónico en sus patios de sonrisas reservadas al hálito fraternal de la paz sentada. En sus colchas transparentes de letra y palabra victoriosa sobre tantas armas condenadas al sepulcro corruptible.

Su Uruguay natal, tan hilvanado a sus vecinos gigantes, pero tan almena dulce de su savia infinita, sin cansancios; por donde asomaron su jardines literarios, en cada nueva florescencia poética sin vallar: La luz de esta memoria (1949); Palabra dada (1953); Cada uno en su noche (1960); Oidor andante (1972); Jardín de sílice (1980); Sueños de la constancia (1984); De léxico de afinidades (1994); Procura de lo imposible (1998); Reducción del infinito (2002); Trema (2005); Mella y criba (2010); Mínimas de aguanieve (2015); y Antepenúltimos (2017) en cuyo primer poema nos dice un verso: "Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo".

Esas lecciones de tantas mujeres que saben arrancar los límites sociales hirientes, como la pintora mallorquina Amparo Sard, que eleva sus puntos de sutura al latido cuántico, en un eterno renacimiento por los caminos y sus gentes empáticas; o en sus cráteres de nuevas vidas por cada poro del deseo renovado.

En dos libros recientes de Ida Vitale, Poesía reunida (2017), se recoge toda su poética hasta parte de 2017, y Shakespeare Palace (2019), en prosa, hace memoria de su exilio en México, dejándonos algunas frases memorables: "Que la gratitud y los afectos no sean inexorables cenizas". O también: "Siempre he pensado que el arte es un mágico territorio libre y generoso donde todos podemos movernos sin pensar en fronteras, que las obras pueden ignorar". Y otra más: "Ahora estamos del lado de los que celebran el albur, abierto en transparencia".

Larga vida a esa ala fértil con asientos libres. Y que siga elevando su cápsula abierta de palabra elástica, en esta tierra que quiere sonreírnos más, y sumarse al generoso plan de aquel Miguel de Cervantes que nos regaló un doble cielo, íntimo y público, que no caduca nunca.