El director es un libro ferozmente escrito y leído. No conozco a ningún periodista que no lo haya devorado, aunque suelen esquivar los comentarios en proporción directa a los cargos que ocupan. David Jiménez no ha cronificado su año de permanencia al frente de El Mundo, ha redactado un manual de uso del periodismo contemporáneo. Esta descarga medular podría vertebrar por sí sola la carrera de Ciencias de la Información, si la falacia científica no bastara para desacreditar a los estudios allí guarecidos.

El director no toma prisioneros, pero se equivocarán quienes sentencien que Jiménez aniquila a sus objetivos. Se puede cabalgar su relato trepidante y seguir saboreando las crónicas desde la derecha arrepentida de su detestada Lucía Méndez. O continuar apreciando a Agustín Pery. Las adhesiones deben ser inquebrantables en España, país maniqueo que reniega de la polémica abrazada por los anglosajones como fuente de depuración, y sobre todo de igualación. Por eso yerran quienes pretenden descalificar el libro por el voluminoso ego de su autor, olvidando que se tiende con gusto en el ara sacrificial. Recibe una parte considerable de sus propios golpes.

Un periodista incapaz de apreciar en Francisco Umbral al mejor analista político del siglo XX no merece todos los respetos. Esta carencia sustantiva no merma la autoridad de El director para dictaminar que la contaminación de la labor periodística ha conducido a la prensa a un callejón sin salida. Ha dejado de creer en sí misma, difícilmente puede preservar la fe de sus prosélitos. La fiebre del acceso a las fuentes, a los dineros, a las celebridades y a los políticos badulaques está perfectamente descrita por una de sus víctimas. Un periodista bueno es un mal periodista.

Es imposible acertar un solo día en la dirección de un periódico, multipliquen por el número de meses en el cargo. Jiménez se negó a firmar una confidencialidad abusiva al ser depuesto, un rasgo de rebeldía que deben agradecerle los lectores de El director. Su manejo del escalpelo desnuda a los periodistas españoles, en exceso cautos en sus memorias. También ayuda que El Mundo sea el periódico más radiografiado de la historia, a menudo en la prosa de un Pedro Jota liberado del fuego eterno por su sucesor.

Jiménez quiso tener el coraje de un Ben Bradlee, pero le faltó una Katharine Graham. La trayectoria del director de El director no ha sido la más triunfal, ni la más larga, pero sí la mejor contada desde la transición democrática. El brío y el respeto a una profesión salvaje le debían otro desenlace laboral, pero qué apasionante libro ha emergido de tantas penalidades.