Pertenezco a la exigua minoría que considera que el fracaso de las negociaciones entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos para formar Gobierno a raíz de las elecciones de diciembre de 2015 fue una gran oportunidad miserablemente perdida. El PP había sido la fuerza más votada, pero sufriendo un descalabro sísmico al pasar de una mayoría absoluta de 186 escaños a sacar apenas 123 diputados. Más aún que el PSOE que se quedaba en 90. Fue el momento de la eclosión de Ciudadanos y Podemos (en alianza con En Común Podem y las mareas) que sumaron un total de 40 y 54 escaños respectivamente. Después de varios contactos iniciales, y tras las primeras declaraciones de Pedro Sánchez, quien excluyó de cualquier negociación -en principio- al PP y a los independentistas catalanes, en febrero comenzó la negociación de un "gobierno transversal", que se admitían como "largas y complejas", porque el líder socialista debería pactar "a izquierda y derecha". Como la memoria humana ya no se mide por años, meses o días, sino por tuits, ya nadie recuerda este intento para descabalgar al PP del poder y que entre otros ha narrado Jordi Sevilla en un interesante (e inevitablemente parcial) libro titulado Vetos, pinzas y errores. Una ocasión excepcional no para colocar a Sánchez al frente del Ejecutivo, sino para consensuar un conjunto de reformas políticas, legislativas y administrativas imprescindibles y que en algunos casos ya sufren un retraso de décadas. Un acuerdo tan amplio -que podía haberse ampliado a fuerzas nacionalistas y regionalistas; así se hizo con Compromís- que muy probablemente hubiera podido hacer bascular a un PP hacia acuerdos en materia de educación, sanidad o financiación autonómica. Aún más: es harto dudoso que un gobierno frente a un programa progresista y con una amplia mayoría parlamentaria, se hubieran precipitado los acontecimientos en Cataluña en el año 2016, hasta llegar a la declaración de independencia de Carles Puigdemont, el Juan Tamariz del soberanismo, nada por aquí, nada por acá, y aparece una independencia que desaparece ya.

Fue una espléndida oportunidad arruinada, según Jordi Sevilla, por una combinación entre desconfianza y prisas que combinaban de distinta manera Pablo Iglesias y Albert Rivera. Finalmente, el secretario general de Podemos, que actuaba como si existiera todo el tiempo del mundo, pero al que escamaban la capacidad -muy trabajada-, para ponerse de acuerdo entre socialdemócratas y socioliberales, terminó por ausentarse de las negociaciones. Ya se sabe cómo acabó todo, incluyendo la defenestración de Sánchez por la vieja guardia felipista y los barones territoriales del PSOE, coronada con la abstención socialista para facilitar un nuevo mandato de Rajoy.

Sánchez puede estar seguro de que no tiene alternativa como jefe del Gobierno. Pero también es cierto que no cuenta con una mayoría parlamentaria suficiente incluso con el concurso de Podemos para legislar con tranquilidad y gestionar sin convulsiones graves. Lo que se atisba en el horizonte es una legislatura con inestabilidad, conflictos, órdagos y dedicada al minimalismo normativo y a un asistencialismo más o menos posibilista enmascarado como proyecto socialdemócrata. Los consensos en los asuntos de Estado -incluyendo la reforma constitucional- ya si eso, como decía el inimitable Rajoy.