Cuando hace 18 o 20 años comenzamos a escuchar las bondades de una cirugía que corregía por la vía del bisturí, microcirugía, alopecia y otros problemas capilares, nos sonreímos. La mayoría no sabíamos de qué hablaban. En consecuencia, tampoco sabíamos que se abría un mundo en el ámbito de la estética, en la medicina y en las relaciones sociales. Hace poco, me pasaron un reportaje en el que expertos en comportamientos humanos relataban los complejos que en la mayoría de los casos produce la calvicie en sus distintos grados y de lo que son capaces de hacer para corregirlo quienes la sufren.

Hace seis o siete años que desde Canarias y en realidad desde todas las comunidades salen rumbo a Turquía las excursiones de los calvos. El único contacto entre esos pacientes y los médicos es una comercial captadora de calvos, cuyo único objetivo es ver en su cuero cabelludo 2.000 o 3.000 pelos más. Pagan lo que sea; lo que les pidan.

Estamos hablando de implantes capilares, en definitiva poblar las zonas del cuero cabelludo, con pelo del propio paciente, extraídos a la altura de la nuca. Casi nadie pensó entonces que aquellos implantes que se iniciaban en Canarias iban a cambiar la vida de tanta gente. De tal manera, que lo que en las Islas estaba al alcance de unos pocos, con garantías quirúrgicas y resultados espectaculares, importó muy poco a los temerarios que sin pensarlo dos veces se desmelenaron e Internet les fue desvelando, los milagros capilares que se hacían en Turquía. El negocio consiste en llenar una guagua de calvos que por la mitad de lo que pagan en Canarias a médicos acreditados, hacen excursiones de un día. Salen por la mañana, todo euforia, llegan a Turquía, y ponen su cabeza en manos de presuntos cirujanos. Un alto riesgo. No solo no tienen pelos; tampoco mucha cabeza. Si se complica la chapuza nadie asume responsabilidades.