La noche de las elecciones escuché que Pedro Sánchez había logrado revertir la extinción de la socialdemocracia en Europa, convirtiéndose en su referente continental. No pude por menos que recordar otra frase de regusto imperial de Leire Pajín, cuando con el triunfo de Obama vio sobrevenir la conjunción planetaria de progreso con Zapatero. Volvía a mostrarse ridícula de tanta penuria cultural. Cualquiera que conozca EE UU por sus residentes allí, recibirá cabal información de por qué el PP está, con mucho, a la izquierda de Partido demócrata, cosa que la estructura mental de tantos izquierdistas, que ordena el cosmos con sucintos eternos esquemas, no les permite suponer.

En días posteriores, los intelectuales orgánicos del periódico progubernamental celebraban alborozados el momento refundacional de la socialdemocracia en Europa por Sánchez, con lucidez y profundidad.

Hemos llegado a un momento en que la crítica del tuit como medio básico y funcional del discurso político se alía con el lema o consigna de enjundia sindical del no-es-no y similares. Pero, insuficiente esta banalización del análisis político, aquellos conectan y se cierran con un tercer vértice para mayor estolidez del conjunto, que es la palabrería lacrimógena y la politización de una suerte de virtudes teologales, como talante, empatía, afecto, amor, sí, mucho amor. Los que fuimos marxistas y así materialistas, en ningún caso hubiéramos soportado tanta cursilería y ñoñería, y tildaríamos las ideas de Sánchez de metafísicas e idealistas, empapadas de superchería. Hubiéramos dado prioridad a las condiciones objetivas, las infraestructuras, la realidad material, el desarrollo desigual del capitalismo, las contradicciones a nivel mundial, el imperialismo de China y Rusia (EE UU: según doctrina Monroe), el sistema-mundo (Wallerstein), como marcos para cualquier análisis de fondo. Pero el carácter objetivo de cualquier análisis simplemente no existe bajo el dominio de esos tres vértices aciagos, alimentados de retrofranquismo, feminismo legionario e incienso igualitarista sin sostén económico. Los paladines de la socialdemocracia resurrecta olvidan la dialéctica, y por ende la interacción de Europa y sus poderes, mercados, productividad, balanzas, guerras comerciales, primas de riesgo.

Leire Pajín incluso ignoraba quien fue Rodolfo Llopis, también diputado por Alicante como ella: y fue ministra, recolocada en NN UU. Menos sabrán sus pares e inferiores que España no ha dado un solo pensador de izquierdas, ni entró Hegel relegado por el krausismo. ¿Se podría entender el PSOE socialdemócrata, tan marxista leninista durante la República, sin Willy Brandt de patrocinador? Mi fe en la gestión (calamitosa) del país, se torna tenebrosa con las ensoñaciones de los arúspices de la gran épica hispano-socialdemócrata.