Soy de los que piensan que las últimas elecciones han sido un espejismo. Han pasado cosas buenas, como la recuperación electoral de una izquierda moderada en España. Pero además de eso hemos visto la llegada al Parlamento español de un potente grupo de la derecha más extrema. Y esa es una muy mala noticia: si sumamos el incremento del voto radical frente al del moderado, no nos podemos quedar satisfechos.

La sensación que tenemos algunos es que está desapareciendo la templanza y la prudencia en nuestra política. Que ser tolerante no está de moda y que lo que se impone es simplemente el espectáculo: cuanto más grites y más aspavientos hagas, más vas a llamar la atención.

Nos olvidamos de que las elecciones son un proceso en el que elegimos a las personas que nos van a representar en las instituciones, que van a defender nuestros derechos y van a administrar el dinero de los impuestos de todos. Es algo lo suficientemente importante como para que pensemos en poner esa responsabilidad en las mejores manos. Pero la política se ha transformado en un espectáculo de cara a la galería y se ha cargado de extremismos.

El nuevo Parlamento español tiene ya un grupo de la ultra derecha, como ha ocurrido en otros países de Europa. Y sigue teniendo grupos políticos que defienden la independencia y la soberanía de algunos territorios del Estado español. Si analizamos el crecimiento de estos dos fenómenos veremos que son los que más éxito han tenido.

Durante este mes, asistiremos a las negociaciones para la formación de un nuevo Gobierno, cuya iniciativa corresponde al PSOE, que es el único partido que ha obtenido el respaldo necesario para hacerlo. Por el bien de España y de todos nosotros, espero que sea capaz de lograr un acuerdo. Pero también por el bien de todos me gustaría recordar que hay precios que no se pueden pagar.

Los últimos meses del Gobierno de Pedro Sánchez nos mostraron claramente algo: que los independentistas que gobiernan Cataluña habían respondido a la mano tendida del presidente con el más absoluto de los desprecios. Pese a todos los gestos que tuvo el PSOE con Cataluña, desde celebrar en Barcelona un Consejo de Ministros a darles un tratamiento presupuestario muy favorable, la respuesta fue endurecer sus exigencias y no renunciar a ninguna de sus pretensiones ilegales.

El PSOE ha obtenido ahora el apoyo de una parte del electorado que había perdido, a pesar de que se encuentra aún muy lejos de los resultados que obtuvo cuando contaba con la confianza mayoritaria de todo el país. Lo que me preocupa es que los acuerdos que son necesarios para formar un gobierno socialista en España sean condicionados por otras fuerzas políticas ajenas a la socialdemocracia.

España necesita un reformismo moderado. Y un Gobierno justo que sea capaz de atender y entender a los territorios más pobres y que necesitan en mayor medida de la acción de los poderes públicos. Necesitamos políticos que regresen a la cordura y al sentido común y que comprendan que hacer política consiste en solucionar los problemas de los ciudadanos, no en crearlos. Que la política es un servicio y no un oficio.

Ojalá que una gran mayoría de los partidos entiendan que merece la pena apoyar políticas de consenso que vayan en la buena dirección. Y que Canarias vuelva a ser entendida en Madrid, para que podamos olvidar ya esta época de enfrentamiento estéril y personalismos. Ojalá que todo eso pase, aunque lo que me temo es que la vanidad de unos y de otros, y el deseo del poder, acabe transformándolo todo en más confusión y más impotencia. Y de eso ya vamos sobrados en este país.

* Presidente del Cabildo de La Gomera y secretario general de ASG