Venezuela es pobre. Como lo fue Canarias a mediados de los años 50, cuando mis tíos (y muchísima gente) salían de mi pueblo como emigrantes a Caracas. Era la tierra prometida. La historia cuenta cómo la desgracia (política, económica, social) se cebó sobre este amado país extraordinario al que tanta gratitud debemos tener los canarios.

Los que ahora vienen de Venezuela son pobres, como los que se fueron de Canarias. Ha cambiado la vida, la pobreza ya no se mide como entonces, porque entre nosotros, por ejemplo, hay cierta seguridad en que ya no te mueres de necesidad o de hambre, y porque además la sanidad ha conseguido que a nadie se le pueda negar asistencia.

Reitero: los venezolanos que han vuelto no son ricos. La tendencia política a hacer del tópico un escudo para que la realidad se parezca a nuestros deseos, ha esparcido la idea de que los que han huido de Venezuela son todos ricos y fascistas.

Eso es mentira. Como es mentira que los que en Venezuela se manifiestan contra el régimen de Maduro sean también ricos y fascistas. Es probable que hayan venido de Venezuela ricos y fascistas, pero no está comprobado que estos no sean (también, o sobre todo) individuos enriquecidos por el régimen que está al mando desde los primeros tiempos de Hugo Chávez.

Es muy triste lo que ocurre al respecto, porque esta imagen de ricos y fascistas opositores al chavismo la ha dado en España la izquierda. Hay una izquierda que proviene de una antigua querencia por el tópico que en su día amamos estúpidamente. Ese tópico nos hacía defender los modos y quehaceres de la Unión Soviética, China o Cuba como si todo lo que se produjera en esos santos lugares estuviera bendecido por las leyes de la verdad.

Aquella frase de Fidel Castro que tanto efecto tuvo en la izquierda mundial ("Con la revolución todo, contra la revolución nada") impregna aún las reacciones de la izquierda española (y universal) con respecto, por ejemplo, a lo que sucede en Venezuela, y, por cierto, a lo que pasa en Nicaragua.

En un libro sobre Nicaragua, que fue el último que publicó, Julio Cortázar se refiere tristemente a esa frase de Fidel como escudo contra las críticas al estalinismo cubano y al, aún presente entonces (1983), estalinismo soviético. Esa orden de Fidel, dictada en los albores de su victoria, marcó nuestra conducta como compañeros de viaje del comunismo y ha estado atada a nuestra conciencia como una obligación de ceguera que aún hoy afecta a ingenuos o a aprovechados.

Los ingenuos tampoco son disculpables, porque lo que ocurre en Cuba, en Nicaragua y en Venezuela, la pobreza, la represión, es evidente y ya no es posible creer que sea el bloqueo norteamericano, en esta época líquida y tan transfronteriza, el causante de los sucesivos desastres que han llevado a las respectivas ciudadanías no sólo a ser privadas de libertad sino de sustento o, incluso, de atención médica.

Ahora está Venezuela en la enésima crisis, cuyo final no se puede vislumbrar. Ojalá acabe de una vez el drama humano que sobresale de la desgracia política marcada por los desmanes económicos y de otro tipo del chavismomadurismo. Y ojalá ese país que tanta felicidad nos dio a los canarios alcance ya su propia felicidad. Y ojalá, además, que los que entre nosotros siguen mandando a callar a los venezolanos y a los españoles que gritan contra la opresión de la dictadura existente dejen de acusar a otros de ricos o fascistas. Que dejen de decir mentiras, en fin.

Leo invocaciones que cifran en el liderazgo de España la solución de Venezuela. Una exdiputada conservadora decía ayer en Twitter que España ha de liderar la Transición venezolana. Excuso la estupidez de esta falta de respeto con Venezuela en la ignorancia. Venezuela va a resolver este enorme problema. Con su energía y con su inteligencia. En la lucha política española no se debe mezclar la nobilísima lucha del pueblo venezolano por hallar un rumbo que deseo civilmente feliz, humanamente pleno. Políticamente libre.