En una conversación para TVE, grabada en su casa de la entonces Rambla del General Franco, el matrimonio Westerdahl contó intimidades y curiosidades que humanizaron la figura del genio español, fallecido en aquella primavera de 1973, satanizado por la dictadura y ausente de los textos escolares cuando los párvulos aprendíamos a leer y aún en los primeros cursos del Bachillerato. Eduardo y Maud nos dibujaron con entusiasmo su grandeza y, también, detallaron sus gustos y manías, comunes y obligados en todos los mortales. Con la promesa de no meterla en el programa, nos revelaron una secreta ilusión de Pablo Picasso y, para solemnizarla, Jorge Perdomo paró su Beaulieu de dieciséis milímetros y Miguelito Hernández apagó la pareja de focos. "Quería sobrevivir al caudillo por la gracia de Dios, aunque fuera sólo un día", dijo la esposa del fundador de Gaceta de Arte y, antes, del surrealista tinerfeño Oscar Domínguez.

Por su pasional existencia quienes hicimos la necrología oral no contamos que había superado con holgura los noventa y que jamás padeció enfermedades, contratiempos ni crisis que pararan o recortaran sus proyectos y ambiciones. "Tenemos la mala costumbre, o vicio, de creer que los genios son eternos", dijo Eduardo que, también fuera de cámara, dudó que España "recuperara la memoria y disfrutara de la gloria picassiana".

En septiembre de 1981, cuando por el empeño de la providencial y denostada Unión de Centro Democrático y la gestión de Javier Tusell, desde Nueva York el Guernica regresó a España, Westerdahl habló con mayor optimismo y apuntó metas posibles y ahora cumplidas.

Abierto en 1963 en cinco palacios de la calle Montcada, al pionero Museu de Barcelona, con cuatro mil obras, en su mayoría de juventud, se unieron dos pinacotecas en Málaga; la primera, en su Casa Natal, suma originales y grabados, recuerdos familiares y cerámicas, además de una selección de pintores contemporáneos; inaugurado en el Palacio de Buenavista en 2003, el museo reúne trescientas piezas de todos los estilos y técnicas.

Desde el Reina Sofía a los museos provinciales y diversas fundaciones públicas y privadas, Pablo Picasso tiene el protagonismo merecido e incluso, a nivel modesto, su recuerdo se mantiene en instalaciones abiertas en La Coruña y Horta de San Juan, lugares vinculados a su biografía.