Históricamente, España ha sido un país de derechas, ya que su sociedad ha apoyado tanto a distintas dinastías monárquicas como a unos dirigentes políticos que controlaban la tierra y los medios de producción, es decir, la economía, que es el motor que determina el funcionamiento de aquella y el sustento de las masas. Este comportamiento pasivo, desarrollado a lo largo de los siglos, se ha amparado en la fuerza y la violencia por quienes ocupan esa cúspide del poder, demostrado desde el feudalismo de la Edad Media hasta el absolutismo monárquico de la Edad Moderna, el caciquismo de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo.

Hoy, más de cuarenta años después de que se iniciase el ansiado proceso de cambio hacia una democracia, vivimos otra etapa luctuosa con la llegada al Parlamento español del fascismo recalcitrante de Vox, la antítesis de una sociedad igualitaria y que garantiza el retroceso de los derechos y las libertades que tanto costó conquistar. Su ascenso ha sido amparado por el Partido Popular y Ciudadanos como fórmula para desmontar y anular a Podemos, garantizando así una derechización de ese órgano legislativo y una reafirmación de los poderes económicos para seguir controlando a la ciudadanía. Este es el ejemplo claro de que los políticos no trabajan por el bien nacional, sino por sus intereses y los de sus afines y que la democracia se compra y se vende a su antojo.

Vox desea construir un Estado de acero, donde una minoría gestione todos los recursos nacionales, imponiendo la fuerza y la violencia como medios para mantener cohesionada a la población. Esto significa que instituciones, cuerpos de seguridad y demás órganos y cargos públicos podrán actuar indiscriminadamente sobre nosotros para imponer su autoridad, viviendo así bajo la bandera del miedo y recurriendo incluso a la delación como forma de salvaguarda personal. Los españoles hemos sido educados intencionadamente para que no analicemos los perjuicios creados en esos períodos históricos referidos y las consecuencias nefastas para nuestra integridad. Por el contrario, se nos enfatiza continuamente que no es necesario mirar atrás, sino al presente, eliminando todo aquello que desestabiliza la seguridad y el bienestar nacionales. La idea de imponer mano dura con los problemas, esa que siempre sale en las conversaciones y que la sufrieron nuestras generaciones anteriores en sus carnes, ya es una realidad y demuestra que no respetamos las opiniones de los demás y que hay que silenciarlas.

Tal y como ya he expresado en otras ocasiones, Vox abre la puerta directa a la institucionalización de la violencia, que atenta contra los principios de la tolerancia. Su mensaje de que el más fuerte es el único que podrá redimirnos, ha sido absorbido por esta sociedad individualista, que realmente no busca ningún tipo de redención, sino que ha encontrado en el discurso de ese partido la ratificación para actuar a sus anchas. El ejemplo más claro se está dando entre los menores de edad: no saben absolutamente nada de la historia reciente de España y no tienen la más mínima educación ni respeto; además, se sienten amparados por la protección que les otorga sus respetivos ambientes familiares, donde también imperan los comentarios basados en golpear a quien sea para sobrevivir.

Mientras que en el franquismo los estudiantes se rebelaban contra el poder establecido debido a su opresión, control del sistema educativo y ausencia de libre pensamiento, en la actualidad muchos han descubierto en Vox la garantía para cometer sus desmanes. Por tanto, como no hay respeto, aquellos se atreven incluso a amenazar a los docentes con la llegada de dicho partido al poder, lo cual supone que estamos ante personas que estarían dispuestas a practicar cualquier tipo de daño gratuito, negando con ello la democracia. El fascismo es la respuesta a la enfermedad de esa última, producto de una conducta irracional colectiva y de hacer de la libertad un desorden.

*Licenciado en Geografía e Historia