Ya Vox no son posibles ministros, sino ultraderecha. Pablo Casado y sus acólitos siguen sin entenderlo. Después de una derrota electoral tan brutal es inexcusable presentar la dimisión. Casado no está obligado a hacerlo ahora, a tres semanas de los comicios autonómicos y locales, pero sí a anunciar un proceso abierto de cambios, incluido el suyo, para el próximo verano. Y que venga quien tenga que venir a través de un congreso extraordinario. No hay quien no cite a Alberto Núñez Feijóo, pero si el PP se permitiera a sí mismo funcionar como un intelectual orgánico colectivo -con perdón- Núñez se quedaría en Galicia, pastoreando mayorías y gaiteros, y se encumbraría a Ana Pastor: una liberal-conservadora templada, pragmática e inteligente, que hizo su larga carrera política bajo la tutela de Mariano Rajoy, pero que ha mantenido buenas relaciones con casi todos los sectores del partido y a la que no ha salpicado ningún caso de corrupción.

Remover la organización hacia el centro-derecha sin irritar a los votantes más celtibéricamente conservadores y practicar algo más que un impostado acto de contrición en materia de corrupción -endureciendo las exigencias que afectan a su personal político y prescindiendo de los sobresueldos internos, entre otras medidas- no es suficiente para el PP. Cuando una marca electoral pierde vigor y credibilidad entre los consumidores debe abandonar clichés y comodidades. Tradicionalmente el PP ha sido una organización demasiado mesetaria, y no deja de ser curioso, porque las dos comunidades donde ha alcanzado mayor pujanza electoral -Galicia y Valencia- son aquellas donde ha ensayado una suerte de regionalismo españolista, con dirigentes y cargos públicos que se expresan en gallego o valenciano y bastante celosos de su autonomía operativa como sucursales territoriales. En Canarias nunca ha sido así. El PP en Canarias siempre se ha portado como una franquicia monda y lironda de Génova. Los eslóganes y argumentarios, las estrategias y las retóricas, los insultos y las promesas llegan cada mañana desde Madrid. Cuando el Partido Popular era el gran partido que acogía a liberales, conservadores, cristianodemócratas, ultras y no sabe/no contesta quizás no fuera una mala costumbre metodológica. Ahora, por supuesto, es aproximadamente letal.

Es imposible no considerarlo así cuando se sigue el discurso electoral de Asier Antona. Ese objetivo de conseguir 100.000 empleos en la próxima legislatura, que el líder del PP pretende alcanzar con "una masiva rebaja de impuestos", esa martingala de la "revolución fiscal" la extrae directamente Antona del recetario programático del Partido Popular pero carece totalmente de sentido económico, especialmente, en Canarias, que aunque ha conseguido bajar 12 puntos porcentuales su tasa de desempleo desde 2015, padece todavía un paro del 20%, y con el añadido de unos modestos 1.600 euros mensuales como salario medio. La estructura salarial del Archipiélago -sus rentas de trabajo- no proporciona ningún margen para que una rebaja masiva de impuestos implique un gasto privado significativamente mayor. La revolución fiscal no es solo una vieja y farsante ocurrencia propagandística de la derecha: en Canarias es poco más que un chiste. Un PP renovado evitaría en Canarias la importación de bromas tan grotescas y pelmazas como esa.