Cuando, a principio de los ochenta, Alfonso Guerra anunciaba el maquillaje con que iba a conseguir que a España no la reconociera ni la madre que la había parido, la derechona solo era un concepto literario que Umbral inventara para dárselas de rojeras en la Fiesta del PCE. Por entonces, el primero aún tenía aires de librero mefistofélico y canijo, sin que su rostro hubiera sufrido esa mutación que le asemeja cada día más al último Torrente Ballester, y ambos a una castañera fondona y malhumorada. Y el segundo nunca fue aquello de lo que presumía, aunque más de una vez fuera jaleado como tal cuando hacía el paseíllo con bufanda en la Casa de Campo. Había algo en todo aquello que sonaba a montaje de cartón-piedra, como si se tratase de un espectáculo teatral en el que cada cual representaba su papel sin excederse. La primera derechona folclórica estaba representada por Aznar, al que el cronista citado llamaba por entonces Aznarín, y del que decía que vivía, mandaba, existía y hablaba "en diminutivo", pero que se reía "en aumentativo". Luego había otros, varios de los cuales duermen últimamente en el maco, como Rato, del que Umbral, acertado profeta en este caso, afirmara que nos estaba "haciendo pobres estadísticamente". Ambos, Aznar y Rato, solían ver las procesiones de Semana Santa desde un balcón en Carabaña acompañados por Ramírez, por entonces un periodista de moda que aspiraba a ser el Randolph Hearst español, y que ha acabado de comentarista en tertulias de medio pelo, en las que le suelen mojar la oreja. Con el tiempo, aquella derechona que jugaba al pádel y hacía abdominales se autodefinió como centrada e integró a todas las jaurías que andaban perdidas y casi a punto de echarse al monte, desde los restos de la CEDA a los falangistas, pasando por los propagandistas católicos, los gironistas, el Opus, los jefes del SEU y los liberales sin matiz. Lo malo del centrismo autodefinido es que no se trata de un concepto geométrico ni ocupa la posición de la mediana, sino que se vende como el lugar en que se sitúa el deseo, una vez que los analistas de mercado han decidido el tamaño del mapa y establecido las líneas fronterizas. Luego se colocan cosas a un lado y otro y se les van adjudicando ideologías. El método es tan flexible como oportunista, de modo que la clasificación puede modificarse de un día para otro sin que haga mucha falta adecuar el argumentario a las nuevas variables. En su evolución, la dúctil derechona se ha convertido en derechuza, una vez que ha decidido mostrarse sin complejos y permitir la manifestación de su alma pija, chula y tenebrosa. Que la petulancia y sobreactuación de sus líderes les haya hecho fracasar esta vez no debiera tranquilizar. Han bastado cuarenta y ocho horas para que den un giro a la táctica y falseen el discurso. Pero siguen ahí, como una trinidad latente, lista para unirse bajo el ominoso espíritu de Cuelgamuros.