Voy a entrar en terreno pantanoso. No se enfaden, pero quiero hablar del mundo de las suegras. Vamos a ver, está la real, la verdadera, la que de entrada pone las cartas sobre la mesa y, con la mirada, pone las normas que aceptas sí o sí. Si no ya sabes dónde está la puerta. Más de uno la coge rápido.

Luego está la suegra arpía. La que está pendiente de dónde estás con la hija, su hija. Qué compraste o dónde fuiste a comer. Más que arpía es espía. Comenta con el suegro por las noches las andanzas del yerno, y con su hija. El suegro suele girarse de lado con cara de aburrimiento y cae en brazos de Morfeo. Y menos mal. Benditos suegros.

Luego está la suegra que compite. "Como mis papas con carne, ninguna". Es alguna de las perlas con las que se exhiben. Llaman al hijo a que pase por casa a por el calderito. Es la tarjeta amarilla que recuerda a la nuera que mami sigue rondando.

Y también está la suegra buena, la que te atrapa cada fin de semana, solo por disfrutar de tu compañía. Siempre tienen la comida preparada (las albóndigas siempre son bienvenidas) y hasta te hacen la cama si apareces por allí. Mi suegra, doña Antonia, mujer de carácter, con 89 años, es una gran persona y es de las buenas. Mi madre, Camila Teresa, que también es suegra, está también en ese grupo y no lo digo yo, lo dice la nuera. Sus motivos tendrá. Vivan las suegras...