Es verdad que la política española se nos ofrece cada vez menos como un sistema para afrontar problemas y resolverlos, y cada vez más como un ejercicio de pura táctica: si algo ha definido el comportamiento de Casado, Rivera, Sánchez e Iglesias, ha sido su esfuerzo por bailar al son de los tiempos. Casado no es el único que ha hecho y dicho una cosa y justo la contraria: hemos visto a Rivera abjurar de la socialdemocracia, a Sánchez coquetear con los indepes y negarlo, y a Iglesias recuperar la Constitución, ese artificio del régimen corrupto del 78, y presentarse ante los suyos y los otros como un apóstol moderado. Todos ellos hicieron eso porque tocaba hacerlo. Es verdad que a Sánchez le salió mucho mejor que al resto, él estaba mejor colocado, y el votante de izquierdas muy harto de las encantadoras peripecias del vecino de Galapagar, sus permisos de paternidad y su casita de pin y pon.

Dicho eso, lo de Casado tiene traca. Porque este de ahora es el mismo Pablo Casado que se ha pasado tres meses empujando al PP en dirección a la carcundia, el mismo vocero de las esencias aznarianas y el discurso de la FAES, el tío que purgó ayer en su partido a los presuntos responsables de haber vendido al PP el discurso ultraconservador. Un ukasse de la presidencia fulminó ayer a Maroto y a Egea, sus dos guardaespaldas predilectos durante la pasada campaña, que pagan el pato de la derrota, como presuntos responsables de la deriva ultraderechista del partido. No es cierto que lo fueran: se limitaron a bregar en la dirección que marcaba el timonel, pero había que cargarse a alguien, y mejor fusilar a dos cabos que a un oficial.

Ahora el PP se enfrenta a las regionales y municipales con un discurso de recuperación del espacio centrista, y un lema muy de derechita cobarde, Centrados en tu futuro, calcado de otro ya usado por Rajoy, que permite a Casado reinventar para sí mismo un hipotético espacio en el centro. Pero las cosas no ocurren por milagro: ocurren porque Casado ha perdido estrepitosamente unas elecciones en las que arrojó torpemente al PP en los brazos de Vox, convencido de que al votante popular lo que le pone son las cuestiones ideológicas, cosas como el rechazo al aborto, la crítica de la modernidad o la reivindicación de desalcanforar el nacional catolicismo. Y lo que se ha visto es que en ese espacio ?minoritario en la sociedad española?, era muy difícil ganarle a Abascal.

Ahora, todos de vuelta al centro. Un centro que ?después de despeñarse por la mimetización con Vox? Casado deberá disputarle al resto de las fuerzas políticas: desde Ciudadanos al PSOE, pasando por regionalistas y nacionalistas constitucionales. Pero lo tiene difícil el hombre. Las piruetas en política resultan poco creíbles: anunciar el día antes de las elecciones que ofrecerá puestos a Vox en su Gobierno, y ahora recordarnos que son la ultraderecha, supone un salto malabar desde la falta de inteligencia política al cinismo.