Hoy quisiera escribir para ustedes sobre los aeropuertos y el mágico influjo que suelen producirnos por la mezcla de culturas y de nacionalidades y hacen que nos enriquezcan aún más. Cuando estoy en un aeropuerto no me resisto visualizar historias imaginarias de las personas que lo transitan. No puedo evitarlo. Me las imagino y visualizo sus vivencias de tal manera que casi convierto lo irreal en real.

Hace unos días tuve que transitar por un importante aeropuerto y como llegué con suficiente tiempo me senté y me detuve a observar el desfile de personas camino a sus puertas de embarque. Confieso que me encanta llegar con tiempo a los aeropuertos y así convertirme en observador del terminal y de su gente.

Primero observé a la pareja que viaja después de unas intensas vacaciones y que van absortos en sus pensamientos, cómodos de equipaje y con la nostalgia de los días que vivieron y que ahora deben volver a enfrentarse a la realidad. Casi ni se miran, casi ni se tocan. Ambos están poniéndose al día con sus IPhone y gestualizan según el mensaje. Ella le enseña fotos de la niña que quedó con sus abuelos y que en horas la abrazarán.

Después observe a la señora que está sentada frente a mi con cara agotada y bebiendo una bebida isotónica. Me la imagino viniendo de un viaje muy largo y que todavía le faltan por tomar dos aviones hasta llegar a su destino. Eso a veces pasa en nuestras islas que para llegar tenemos que tomar muchas veces tres o cuatro aviones. Algún día nos convertiremos en plataforma aeroportuaria tricontinental. La idea ya la tenía Adán Martín que era un visionario de la conectividad.

También esperaba un joven treintañero con gafas de pasta, camisa a rayas, pantalón Levis y zapatos mocasines. Era un joven moderno con actitud empresarial y aventurero que quiere emprender mucho más allá de su tierra y tiene cientos de ideas pero debe convertirlas en modelo productivo. Habló por teléfono al lado mío con acento español de lo más castizo y explicaba una plataforma de geolocalización que te lleva los pedidos a tu casa en tiempo récord. Yo escuché toda la conversación y la aplicación no me aportaba nada nuevo por lo que mi pensamiento me llevó a otra persona que estaba en el terminal dejando al emprendedor en su afanada conversación en tono efusivo y queriendo convencer a su interlocutor.

Observo con detenimiento y sin que se dé cuenta al emigrante de mi izquierda. Él también es emprendedor pero sin cursos formativos. Es un emprendedor por necesidad, es una persona que lleva los pensamientos de su tierra, la terrible nostalgia de dejar a los suyos y desear volver cuanto antes. Mira hacia un punto indefinido y aprieta su equipaje de mano donde, seguramente, lleva recuerdos de sus seres queridos. Seguramente tendrá su oportunidad y con mucho sacrificio vendrá después la reunificación familiar porque " no importa donde se nace, importa donde se lucha".

Un poco mas allá, en la segunda fila frente a mi, dos señoras mayores dialogan afablemente. Desconozco si se conocieron en la sala de espera de la puerta B68 y si así hubiese sido, parece que se conocieran de toda la vida. A veces, sus risas, son en centro de atención de las personas más cercanas a ellas en la sala de la T1. El Imserso ha hecho feliz a mucha gente mayor que ahora, en su merecido descanso, bailan en hoteles de las costas de España y se dan caprichos en las cenas, aunque después tengan que tomar doble ración de Diamben que es la pastilla que controla el azúcar. Me encanta que bailen, rían, que sean ellos, que hagan amistades, que jueguen al bingo, que paseen que hagan excursiones culturales y recuerden. Son mis preferidos en la cola.

Analizo y casi todas las caras son serias y circunspectas. Menos la de las dos señoras que charlan amigablemente, y bien podrían estar hablando de recetas de cocina o de la recomendación de una crema hidratante milagrosa. Las señoras son un oasis de felicidad en medio de tanta cara larga. Una de ellas observa que la observo y me sonríe.

Algunos manejan el Ipad y casi todos miran al suelo. Y no es precisamente hacia el suelo, es una mirada dirigida a su IPhone o su Androix. Miran y agotan el tiempo hasta que llaman a embarcar como si al aterrizar hubiese desaparecido el Instagram. Incluso cuando tienen que poner sus teléfonos en " modo avión" las caras son de auténtica resignación. Se despegan del teléfono con cierta tristeza como si nunca más fuesen a utilizarlo. Lo miran y lo guardan.

La fashion no puede faltar en la sala de espera de la puerta D68. No estaría completa la sala. Ella lleva un tacón Nina West, pantalón ceñido, cinturón maravilloso de Chanel haciendo juego, blusa naranja estampada de flores marca Abercrombie y unas gafas oscuras que le tapan casi toda la cara. Por supuesto su único accesorio para subirse al avión es un Mega bolso fantástico de imitación y su iPad con la carcasa de Gucci. Ella no llega al extremo de viajar con la mascota como Paris Hilton, por ejemplo, pero se le nota a leguas que es una fashion aunque el bolso le reste algunos puntos. Eso se nota. No hay nada peor que una pseudo-fashion, porque nunca están en paz con su conciencia si llevan ese bolso que por poco que entiendas, te das cuenta que fue comprado en las aceras de alguna rambla de Barcelona. Desde luego, la joven no pasa desapercibida en medio de la sala. Es discreta, natural, segura, distante y con extensiones rubias en su cabello que no deja de mover.

Llaman definitivamente al embarque. La cola la ocupan siempre los más apurados que son mis amigos del Imserso, ellos son los que más prisa tienen ( ahora como el embarque es por grupos se desesperan un poco), después estamos los de un término medio y finalmente están las personas que disfrutan de las tiendas del aeropuerto como si del mayor centro comercial se tratase y, por lo general, son los últimos en embarcar.

Los que viajamos solos, siempre, en la cola, hacemos cábalas de quien nos puede tocar al lado en el asiento, y por supuesto, nunca acertamos, pero la casualidad hizo que esta vez si acertase. Me tocó al lado una de las dos señoras, por lo que desprendí que se conocieron en ese momento en la sala de embarque.

Así paso a veces las horas de espera en el aeropuerto. Me vuelvo observador de terminal. Me alimento de historias que imagino y que, algunas, podrían ser verdad.

Definitivamente, muchas veces nuestra vida se convierte en una sala de espera donde nos imaginamos historias que unas se hacen realidad y la mayoría solo quedan en nuestra imaginación.

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife