Hay columnas que se vuelven viejas en el momento mismo de escribirlas. Una tragedia para los que perseguimos esforzadamente la actualidad con la intención de no descolgarnos del pelotón del análisis de lo novedoso. Esta de hoy se publica el día en el que todo el país está tomando una decisión de la que nadie conoce con certeza el resultado. Hablar de lo que va a pasar es, pues, un terreno resbaladizo. Un ilustre colega de muchísimo éxito -vecino de estas mismas páginas- aprendió de joven los peligros de anticipar lo que va a ocurrir cuando escribió, anticipadamente, la crónica de una procesión de la Virgen de Candelaria que luego fue suspendida por las intensas lluvias.

Esta noche, los líderes de los principales partidos comparecerán para analizar lo que haya pasado. Sabremos ya cuál fue la altura de la ola del tsunami de la derecha verdadera de Vox y los efectos demoledores que habrá causado en el PP en España. Comprobaremos si el maremoto causará también víctimas colaterales en las Islas, como Coalición Canaria, que sufre un ataque a su único escaño en el Congreso de los Diputados. Y conoceremos las verdaderas dimensiones del derrumbe de la izquierda verdadera de Unidas Podemos, que engordará los resultados del socialismo sanchista, devolviendo parte de los votos robados.

Hay quienes sostienen que el nuevo Parlamento se va a conformar en dos grandes bloques, a la derecha y a la izquierda. Pero quienes lo afirman padecen un agudo daltonismo político. Porque esa división electoral se diluirá a las pocas horas de conocer la matemática parlamentaria. A los partidos lo que les interesa es gobernar. Y las escaleras que llevan hasta la Moncloa pueden adoptar extrañas formas.

Una es la suma de Sánchez e Iglesias con partidos nacionalistas -de derechas y de izquierdas- y los radicales independentistas. Aunque ese pacto estará plagado de minas porque supone negociar con unos soberanistas catalanes cuya hoja de ruta es incompatible con el actual modelo de Estado, si no con el Estado mismo. Hay otra alternativa, que es la suma de Vox, PP y Ciudadanos, con la posible aportación de algunos votos nacionalistas, pero al delicuescente centro de Rivera le hace poca gracia pactar con la derecha verdadera. Tan poca gracia como la tercera alternativa, que tanto han negado, que es un pacto del PSOE con Ciudadanos.

De lo poco que se puede asegurar, en este día de incertidumbres, es que mañana será otro día (y ya sé: se me cayó el pelo). Y que las lanzas se volverán cañas. Que a partir del lunes, y con mayor intensidad cuántos más días transcurran, veremos a los mismos líderes que se han insultado en campaña recuperando un impostado sentido de Estado para justificar cosas que antes ni siquiera consideraban; acuerdos que negaban; pactos que descartaban y alianzas inverosímiles. El mito de la grandeur francesa lo inventó el gaullismo para rescatar el orgullo de un país humillado tras la segunda gran guerra mundial. Lo veremos ahora a la pequeña escala oportunista de unos políticos que invocarán el sagrado interés de los ciudadanos para otorgarle una pátina de nobleza y desinterés a sus propias negociaciones de poder.

Queda una última posibilidad: tal vez sea muy difícil formar un pacto de gobierno para investir a un presidente. En las matemáticas políticas a veces no se pueden sumar peras y manzanas. Así que no descarten que nos tengamos que gastar otros doscientos millones de euros en unas nuevas elecciones dentro de pocos meses. Lo veremos esta noche, cuando se hagan cuentas.

Cuando recojamos las urnas y las carpas del noble circo de la democracia, los actores volverán a los camerinos para encontrarse con la quiebra de la Seguridad Social, con el paro, con la crisis que viene, con el pufo de la deuda pública, con el fin del juicio del soberanismo catalán... Los actores, sin el maquillaje, volverán a enfrentarse con la vida real, de la que tan poco y tan mal han polemizado en sus actuaciones de ahora. Y entonces y solo entonces nos cabe la efímera esperanza de que aquellos que se hayan hecho con el poder comprendan que la política, además de una agencia de colocaciones, consiste en que para garantizar su propia supervivencia también deberán ocuparse de la de los espectadores. Sin público no hay circo.