A tenor de esa discutible costumbre de declarar un ganador de los debates políticos televisados a los cuatro líderes de ayer habría que subirlos al patíbulo de la derrota. Nadie puede ganar donde todo el mundo pierde.

Pablo Iglesias se apuntó el primer tanto mediático llegando a la televisión en un taxi y haciendo un discurso contra los VTC. Pero salió con prisa de su casa y cogió el suéter negro que tenía junto a la cama del perro (el equipo asesor le funcionó y en la segunda parte ya salió sin caspa). La cosa pintaba tensa: si Albert Rivera había ganado con claridad el primer choque, esta vez se lo iban a poner bastante más difícil.

Pedro Sánchez -usted pregunte lo que quiera que yo hablaré de lo que me da la gana- no dejó de repetir la palabra "mentira" cada vez que hablaban las dos derechas. Tanto que hasta Rivera tuvo un lapsus: "ya ha dicho usted sus mentiras, ahora me toca a mí". Sánchez quiso estar faltón, pero no tiene madera para ese trompo. Pablo Iglesias, la izquierda complementaria y verdadera, llevó la pelota al suelo: voz calmada, reposada, profesoral... Esta vez no salió como Maduro con la Constitución en la mano, lo que fue un acierto. A Pablo Casado le había subido el nivel de sangre en el torrente de horchata de chufla y algo se le notó, aunque tampoco tanto. Y Albert Rivera no pudo imitarse a sí mismo, ni siquiera cuando sacó la tesis doctoral de Pedro Sánchez diciendo que era el día del libro "así que le voy a dar uno que usted no ha leído".

No es que estuvieran mal. Hablaron de temas interesantes: empleo, pensiones, educación, emigración, alquileres, aborto... Aunque metieran la pata con demasiada frecuencia, por falta de rigor. No hubo 60 mil millones de ayudas a los bancos. No. Es falso. Fue a las Cajas de Ahorro que gobernaban los partidos, los sindicatos y las patronales. A los perversos fondos que invierten en viviendas no hay que exigirles que alquilen, porque ya tienen la obligación de hacerlo con el 80% de su cartera. Pero en todo caso, el problema no son los errores. Todos nos equivocamos. El problema es que no podía creerme casi nada de lo que pude escuchar.

Los cuatro líderes que se enfrentaron ayer no son capaces de ponerse de acuerdo. La sensación que produce verles chapoteando en su ciénaga es que se oyen, pero no se escuchan. Que todo lo que dicen hoy puede ser otra cosa mañana. Porque todo en este país depende de la conveniencia. Y en ese terreno los cuatro líderes políticos tienen un máster verdadero. La nueva política ya no se distingue de la vieja.

La triste conclusión con la que me vuelven a dejar estos dos debates, es que España afronta sus mayores problemas con los peores políticos de su historia democrática. Pero seamos optimistas: verlos discutir no ha sido del todo inútil; por lo menos han servido de mal ejemplo.

España afronta sus mayores problemas con los peores políticos de su historia democrática