Hay personas para las que nada nunca es suficiente: ser perfectos. A los perfectos les es duro reconocer la sensación de insuficiencia que sienten en su interior. Nada les parece suficientemente perfecto. Esa sensación de imperfección les mueve a querer cambiarlo todo. Consideran que así se sienten mejor consigo mismos. Desarrollan una autoexigencia feroz. Suelen hablar en términos de tengo que o debo de. Detestan cometer errores.

Quieren imponer su punto de vista y suelen ser intolerantes con opiniones discrepantes. Se irritan cuando se sienten criticados. No soportan que nadie les diga como tienen que hacer las cosas. La ira se les manifiesta como una bola de fuego en el estómago cada vez que las cosas no salen.

Eso sí, debido a que enfadarse no es una conducta perfecta, tienden a reprimir su ira. Les enseñaron, cómo se decía en la película El Sargento de Hierro a ser máquinas de matar y amar. A que los principios son inviolables y los valores inalterables. A buscar la perfección, a no tener miedo a horas y horas de trabajo y a brincar de la cama aunque estén enfermos.

La clave para superarlo, supongo, es aceptar. Aceptar es buscar la serenidad y comprender que todo tiene su razón de ser. Cuando se acepta de verdad, se llama la paz interior. Muy difícil de conseguir. Soy así, por eso hablo con conocimiento de causa.

la chincheta