Cuando en el pasado siglo se ejecutaron simbióticamente las obras del aeropuerto del Sur y la autopista, poco podíamos pensar que el desarrollo turístico sureño supondría una estocada mortal para la zona más bella de la isla de Tenerife, el Norte.

Efectivamente, pueblos históricos en el turismo como el Puerto de la Cruz, La Orotava o Bajamar, en el municipio de La Laguna, iniciaron un retroceso lento, pero no por ello menos determinante.

El turismo es un fenómeno espontáneo en principio, pero programable a partir de su aparición, aunque no de manera absoluta. En este sentido, habría que preguntarse hasta qué punto un tratamiento desigual, por las diferentes administraciones que operan sobre la Isla, ha tenido que ver con la imparable ascensión del Sur, más allá del excepcional clima que ha permitido la recuperación de extensas playas. Por nuestra parte, pensamos que las manzanas turísticas se han repartido desde la dirección política de manera desigual, colocando casi todas en el mismo cesto; planicies, playas, y verano infinito.

Varias cuestiones han desequilibrado lo que debían ser decisiones compensadas: visión cortoplacista, mala aplicación del principio de protección ambiental con el que todos podemos estar de acuerdo, con un mal entendido súperproteccionismo.

La decisión empresarial ha buscado un retorno rápido a la inversión en el Sur, aupando la iniciativa de disparo rápido.

En el Norte las decisiones administrativas conservacionistas han servido -hasta ahora- de dique de contención a soluciones imaginativas de acceso al litoral. Paradójicamente, se ignora que los proyectos urbanísticos más complicados o dificultosos son los generadores de ideas más brillantes, apoyados en las modernas tecnologías de la obra pública. La accesibilidad en la zona Norte en general, en los pueblos, y el encuentro con el mar es la gran asignatura pendiente, con el apoyo de una posición proactiva de política comercial, desde las instituciones.

A esta pasividad en la brega no es ajeno el noreste de la Isla, con la capital Santa Cruz de Tenerife y su litoral hasta el faro de Anaga, que gira hacia el encuentro de La Laguna con el mar: Punta del Hidalgo, Bajamar€ La olvidada vía de cornisa, atajo para el tráfico rodado entre Santa Cruz y La Laguna, con un anillo distribuidor de bolsas de suelo en Valle Tahodio, y la reparación y progreso del barrio de la Alegría.

Otro índice de riesgo del abandono norteño lo constituye la veda a los puertos deportivos, de iniciativa privada, como en San Andrés, La Laguna o Tacoronte, con una demanda cautiva en Tenerife de más de 5.000 amarres, y pérdidas millonarias de rentas de situación. Aunque las competencias del Gobierno insular son limitadas, su actuación dinamizadora es la única en la que se puede confiar, como motor histórico de la Isla: Madrid queda muy lejos.

*Presidente Fundación Canaria de la Construcción (FUNCAC)

Pasos agigantados para sumergirnos en la oscuridad del pensamiento único