En la película Algunos hombres buenos -un film mediocre, pero con un par de escenas ocupadas por la fuerza del gran histrión que es Jack Nicholson- el coronel de marines que interpreta se echa un farol machista y dice "ya lo he entendido, Dani, ella te supera en rango, y por eso te envidio". En realidad, no ha entendido nada que no supiese, pero ha encontrado la frase adecuada para humillar al joven teniente licenciado en Harvard. Uno llevaba un tiempo sin comprender por qué Cayetana Álvarez de Toledo jamás era contestada en sus apariciones en la tertulia radiofónica a la que acudía una vez por semana, antes de haberse convertido en candidata al Parlamento de Cataluña. Algo menos, pero con la misma estupefacción, trataba de vislumbrar los motivos de la aparente admiración que las recientes intervenciones de la marquesa de Casa Fuerte han provocado, en estas mismas páginas, en un admirado colega y amigo. Creo poder iluminar alguna de las claves que conforman el misterio. A Cayetana no le responden en las tertulias porque da un poco de miedo, pero no por su mordacidad -que la tiene, adornada además por ese tono de superioridad que solo dan la buena cuna y la educación en colegios privados-, sino porque a la que te desvías te amenaza con decisión mientras endurece el gesto, estira el cuello aristocrático y levanta la barbilla por encima del populacho, como si te estuviera recordando eso de "usted no sabe con quién está hablando". Su imagen en la radio, sin embargo, queda algo difuminada. Por eso es bueno que Cayetana hable en directo ante las cámaras, en los debates, en los mítines, en las concentraciones e, incluso, si llega el caso, en la plaza de Oriente, que es lugar y foro más adecuado para los discursos de alcurnia. Entre otras cosas porque Cayetana no tiene nada que ver con la derechita cobarde. Por supuesto que la derecha puede serlo, ya que la cobardía es un concepto poliédrico, pero al mismo tiempo es matona. Tan matona, como poco, como lo son quienes no la dejan hablar cuando viaja por el norte, además de representar la expresión más fidedigna y pura de la ausencia de complejos, del orgullo que otorga la sangre azul y de la pátina ideológica que no se adquiere a través de una esforzada trayectoria en las juventudes de los partidos, ni llevando la palangana a los mayores, sino que procede de los genes y de la educación refinada. Por eso Cayetana no engaña ni con el gesto ni con las argucias electoralistas. De hecho, a ella no le hace falta hablar del programa, ni del presupuesto, ni de subir o bajar los impuestos. Cayetana ni siquiera necesita decir lo que va a hacer porque seguramente no hará nada, limitándose a mirar con desprecio y desde arriba, en esa posición de jirafa elegante, de cisne estirado y de pava real que eleva un poco la nariz para evitar el aroma inconfundible de la plebe.