Las hormigas tienen la extraña virtud, o no, de descansar solo ocho minutos cada 12 horas. Son seres insomnes. Las soldados, incluso, pueden prescindir de esas minúsculas treguas para transitar de un lado a otro como poseídas por una extraña manía persecutoria. Desconozco si son conscientes de que sus vidas son igual de inútiles que un ventilador en el Polo Norte, pero ahí están: dando la paliza noche y día, haga frío o calor, en carnavales o Semana Santa... Las hormigas son tan viejas como los dinosaurios, pero a diferencia de esas mastodóndicas criaturas no se les reconoce grandes conquistas... Bueno. En una ocasión, el cineasta Byron Haskin recurrió a ellas para atemorizar a Charlton Heston y Eleanor Parker en una finca de América del Sur, y más recientemente, el argentino Marcelo Luján las convocó para cerrar una novela magistral titulada Subsuelo.

Bajo la tierra, alejadas de las emociones más terrenales, se mueven unos bichos que pueden vivir, según la especie, hasta 30 años si logran subsistir a los insecticidas y a las suelas de zapatos; seres capaces de "merendarse" un hongo y hasta una lagartija. Y es que aunque parece que no están (o que no cuentan), entre un lodo reseco o un fango efímero siempre termina apareciendo una de esas criaturas que cumple con rigor cada uno de sus encargos. Sus enormes cabezas, antenas articuladas y cortantes mandíbulas son casi invisibles al ojo humano, pero estar están. Sobre todo, cuando deciden salir de cacería.