·Hay ocasiones en las que el juez parece un invento del verdugo, una ficción del que se ansía verdugo, una ficción falaz y fugaz para materializar momentáneamente un relato en un señalado día de feria, y como en cualquier día de feria aparecen por la plaza el petudo sonriente de los dientes rotos y las piernas cambadas, el anciano calvo y justiciero sobre cuyos hombros se posan las palomas de la paz, la nigromanta que odia la magia negra y solo busca el bien universal con sus conjuros basados en letras de boleros y el insobornable juglar que grita "¡el rey está desnudo, el rey está desnudo!" y después se marcha a vender anabolizantes para que otros se puedan desnudar sin problemas.

— Alán García, el expresidente del Perú y exlíder y destructor del APRA, se pegó ayer un tiro en la cabeza. Fueron a detenerlo en su domicilio y el funcionario de la Fiscalía le dijo: "Puede usted cambiarse y llamar desde aquí a su abogado. No se preocupe, tómese su tiempo, no tenemos prisa". Probablemente eso lo mató. Si el funcionario, acompañado por la policía, se le hubiera echado encima, Alán García, y no solamente por razones físicas, se hubiera resignado. Pero ese contraste. El contraste entre la amabilidad a la hora de abrirle la puerta del infierno y lo que encontraría al otro lado le recordó que a partir de ese momento en su vida ya no podría seguir simulando en una plácida ambigüedad. Llega un momento, cuando un hombre ya no puede seguir simulando lo que fue, lo que será o lo que es, en que conviene desaparecer definitivamente. García era el penúltimo caudillo civil de la izquierda protopopulista latinoamericana. Encandiló al viejo Haya de la Torre porque hablaba muy bien, discurseaba incansable y espléndidamente: largos periodos sintácticos, citas esculpidas en mármol, énfasis dramáticos y ocasionales chupitos de ácido sulfúrico para los enemigos. Es muy raro. Si se escucha el discurso (más de una hora) que pronunció al regresar del exilio, antes de su segundo periodo presidencial, se tropieza de inmediato con una pieza retórica, su gran pieza retórica, un mecanismo plúmbeo, melodramático, trivial, aburrido. Es la enésima comprobación de que casi todo discurso de éxito es un significante vacío que el oyente rellena con lo que quiere oír. El político debe aprender a ser el diligente servidor de ese ventrílocuo culposo y engreído, el pueblo.

— Por supuesto, Cayetana Álvarez de Toledo no afirmó que la mujer no debe explicitar su negativa a rechazar una relación sexual no deseada. Lanzó una afilada ironía que en absoluto afectaba a ese derecho elemental y hay que ser muy lerdo para no entenderlo pero, sobre todo, tener bastante miedo para difundir lo contrario. Recuerdo que hace treinta años los señores de derechas se les ponía cara de susto al escuchar a la izquierda lúcida, expansiva y segura de sí misma. No sabían responderle. Ahora pasa lo contrario: a la izquierda le pone nerviosa una dirigente de derechas culta, irónica e inteligente. No saben responderle. Así que mejor ningunearla. A ver si es un accidente. Me parece que no.