Los mitos del pasado son fantasmales compañeros de viaje de las sociedades. No hay nación sin raíces, ni árboles que no se hayan regado con la sangre de los patriotas. Y así ocurre que hay gente que se enamora del ayer con un romanticismo inquebrantable.

La Segunda República española es presentada hoy como lo que no fue. La califican como el sueño de libertad de una España harta de monarquías débiles y corruptas, sostenidas por frecuentes pronunciamientos militares que ayudaban a sostener el andamiaje de un país de curas y caciques. La España de finales del XIX y principios del siglo XX era la sombra de un imperio perdido. Carne de poetas e intelectuales que se adentraban con desesperación en una sociedad estéril y pobre. La República sí fue un sueño de libertad, pero acabó en una pesadilla.

Conviene recordar que en su triste asesinato participaron muchos verdugos. Los movimientos obreros violentos llegaron hasta las sublevaciones armadas, como la de Asturias. Desde la tribuna de oradores del Congreso, Largo Caballero amenazaba una y otra vez con que el régimen republicano era sólo una estación de tránsito hacia el triunfo por las armas del movimiento proletario. Y Cataluña, siempre Cataluña, aprovechó la debilidad del Gobierno republicano para declarar su independencia unilateral provocando la declaración del estado de guerra y la represión militar de una deslealtad irresponsable.

Cuando Sanjurjo, Mola y Franco, entre otros militares y advenedizos, le dieron el tiro de gracia al régimen republicano, lo que hicieron fue ejecutar a un enfermo aquejado de males cada vez más graves. Empezaron los políticos, disparándose insultos cargados de odio. Luego siguieron, en la calle, los pistoleros de los patronos y los anarquistas. Y luego fue España entera la que se disparó a sí misma partida en dos mitades.

Franco engañó por igual a monárquicos y republicanos. A unos les hizo pensar que el golpe de Estado era para hacer regresar a un rey ausente. A otros que se trataba de una intervención de un cirujano de mano de hierro que pretendía restituir el orden y la paz republicana. Traicionó a todos y puso su culo en la silla durante cuarenta años de represión y dictadura.

El general bajito quiso saldar cuentas con la historia legando el régimen a un jefe del Estado que era el hijo del rey que debió reinar. Pero el sucesor acabó traicionando a Franco en favor del pueblo español. La transición constituyó el regreso a la democracia parlamentaria con una Monarquía que aceptó el pacto de su propia irrelevancia. Deng Xiaoping dijo una vez, para que lo citara Felipe González, aquella frase: "gato blanco, gato negro, qué más da si caza ratones". El régimen del 78, con sus imperfecciones, ha construido cuatro décadas de paz y libertad con escasos precedentes. Hemos visto el nacimiento de una España moderna, europea, colocada en la lista de los grandes países desarrollados. ¿Qué piensan los que sueñan hoy con el mito de la República perdida? Aquello, que en la distancia brilla como un espejo, es un mar de lágrimas.