En estas fechas próximas a las elecciones, ya solo nos falta que los candidatos nos prometan eliminar todo sufrimiento y todo dolor. Lucharán por la justicia y por construir una sociedad del bien común, pero aunque lo minimicen, el sufrimiento no lo podrán eliminar. Hace unos años me dejó impresionado el testimonio de una señora que nunca había tenido un dolor. Se trataba de una alteración del sistema nervioso. Envidiable si no fuera porque ella misma me decía que se hacía daño sin darse cuenta, que estaba llena de morados que no sabía dónde se los había hecho. El dolor es un aviso y una señal que nos previene de un mal mayor. Y no siempre la ausencia de dolor y sufrimiento es un bien.

La semana que precede al domingo posterior a la fase de luna llena de Primavera es conocida y celebrada como la Semana Santa. Ya este hecho que evoca el renacer primaveral de la naturaleza nos está indicando que el protagonismo lo tiene la vida, la renovación, el despertar, la conversión. No la muerte y el fracaso histórico de aquel hombre llamado Jesús. Es el domingo de Pascua el que marca las fechas de la Semana Santa, y el domingo de Resurrección el que da sentido a la Semana Santa.

Sin embargo, hay un atractivo en los pasos de pasión, en el dolor y el sufrimiento evocado en el arte escultórico que vuelve a despertar en muchísimas personas una atracción especial. Sin duda nos identifica la capacidad de sufrir conscientemente. La humanidad es capaz de tomar consciencia personal y comunitariamente del hecho del dolor y el sufrimiento. Huimos de él, queremos evitarlo, eliminarlo, pero toda pretensión al respecto es inútil. Ahí está siempre manteniendo con nosotros un pulso permanente.

Heridas espirituales, frustraciones afectivas, sentimiento de culpa, enfermedades debilitadoras, soledades de mil rostros, etc., sufrimientos al fin que se pegan a nuestra existencia como lapa a la roca de nuestras costas. Tal vez sea ello lo que nos atraiga de la Semana Santa. Reconocer que cuando Dios quiso hacerse como nosotros no evitó el dolor, sino que lo asumió hasta el extremo. La vida renace de las cenizas del dolor y el sufrimiento. La conversión y el perdón aparecen en el horizonte de un amor tan intenso e infinito como solo puede ser el de Dios.

¡Cuánto dolor puede soportar una persona! Hablar con personas mayores es un buen banco de datos al respecto. Y cuánto dolor no conocido y solo padecido en silencio. Cuánto dolor y sufrimiento en el tercer mundo..., y en el cuarto mundo que tenemos a nuestro lado tan invisible para nuestra mirada.

Debemos luchar contra el dolor inútil y contra el que es consecuencia de la injusticia y del individualismo insolidario. Debemos evitar que otros padezcan como fruto de nuestra responsabilidad. Pero debemos agradecer no padecer esa insensibilidad que nos impide evitar males mayores. Esa indiferencia insensible del mal del prójimo. Creo que es una gracia sentir el dolor ajeno y movilizarnos ante él con una compasión activa.

Estas son cosas que uno piensa cuando mira los pasos de pasión de nuestra Semana Santa.