A los periodistas que cubrimos la vela en unos Juegos Olímpicos -y en cualquier otra competición de alto rango internacional- nos conceden el privilegio de subirnos a la embarcación de prensa para seguir las regatas en tiempo real. Es la gran oportunidad de la que disponen los avezados fotógrafos de los medios españoles para tomar las imágenes que luego llenan portadas cuando llega una medalla, como este martes.

Es una de las grandes experiencias olímpicas para cualquier reportero de la vela, pero no la única. Estar cerca del deporte talismán para la delegación española -19 medallas desde Montreal 76, a las que hay que sumar la más reciente en Finn- es también una ocasión inmejorable para conocer la periferia de las capitales olímpicas.

Si en Londres fue la bahía de Weymouth la que albergó las competiciones, en Río fue la bahía de Guanabara, entonces en el centro de la polémica porque se publicó hasta la úlcera que las aguas estaban sucias. Y luego resultó no ser así. En Tokio, la vela se ha venido hasta la paradisíaca isla de Enoshima, un enclave sin igual, tan minúsculo como repleto de alicientes turísticos.

Un lugar con encanto

No es de extrañar que los ciudadanos locales se vengan hasta aquí para disfrutar de domingos sin fin; y o de sus vacaciones estivales. Así que se forman atascos que son inacabables. Una vez en la isla, a 70 kilómetros de la gran ciudad, uno descubre desde santuarios hasta lugares sagrados; desde aros (no olímpicos) para purificar el alma hasta cantinas donde sirven helado de calamar; desde tiendas de recuerdos donde venden caretas de Pikachu hasta un paseo marítimo espectacular, pero que se recorre en apenas siete minutos.

Enoshima es pequeña, pero está llena de encantos. De ella podrán llevarse los regatistas españoles un sinfín de bonitos recuerdos (porque las tiendas tienen de todo), pero nada mejor que una medalla olímpica. Que se lo pregunten a Joan Cardona, desde este martes uno de los hombres más felices del universo. Y nunca olvidará Enoshima. Isla mágica, dicen aquí.