Y el termómetro marcó 40º. Estaba cantado, cualquier día podría ocurrir. Y ocurrió en pleno fin de semana, cuando las lanzadoras del peso disputaban su final y los cuatrocentistas de medio mundo peleaban por su clasificación en las primeras series. "¿Qué le ocurrió a Husillos? ¡Qué mal ha estado y qué lejos ha estado de sus mejores marcas!", se preguntaban y/o murmuraban en Twitter, a miles de kilómetros de distancia y posiblemente desde el confort del sofá (o de la cama).

No sé si valdrá o aguantará como excusa, pero el calor en el momento de su debut (10:53 horas) era absolutamente inhumano. Una crueldad que podrá esconder o disimular la transmisión televisiva, pero el termómetro no engaña. 40 marcó el domingo, unos cuantos grados por encima de los que cualquier facultativo considera no aconsejables para entrenar, mucho menos para competir por una final olímpica o por una medalla dorada en unos Juegos.

Para esa hora de la mañana que alguien decidió fijar las series del 400, la final femenina del peso o el lanzamiento de martillo, el calor era extremo y la humedad, insoportable. También para los periodistas, a los que la organización dejó esta vez una botella de agua en cada pupitre o cabina. Y que estaba casi hirviendo en el momento que la encontramos en las posiciones de comentarista, rotuladas previo pago con el nombre del medio radiofónico o televisivo que las hubiese contratado (BBC, RTVE, Discovery, Eurosport, etcétera).

Malas condiciones para una final de 100 metros, exclama un opinador inglés. Son parámetros pésimos hasta para ir de la tribuna de prensa a los aseos del Olímpico, mientras en los bares del estadio ofrecen tallarines, galletas, cacahuetes y almendras a precios desorbitados. Fuera, una muchedumbre se derrite bajo el calor mientras hace la cola kilométrica para fotografiarse con los aros olímpicos; y otra fila se alarga cuando dan las doce del mediodía para acceder a una tienda oficial sin medidas covid, y en la que los japoneses se alborotan por conseguir una camiseta, un pin o una caja de sushi con el logotipo de estos Juegos que solo disfrutarán por la tele.

Curioso pero cierto, Japón ha mantenido el mismo dispositivo de voluntarios y controladores que el planificado inicialmente cuando sí había previsión de público. Así que te encuentras en tu camino a la grada a dos personas de la organización tan solo para saludarte, otras dos para indicar que vas en el autocar adecuado, otras cuatro para el control de saliva, ocho más para revisar tus mochilas y, por fin, otra que te dice que la tribuna de prensa está en el piso dos, que te recuerda que habías de reservar previamente en la aplicación para sesiones atléticas y que, de paso, te cuenta que el museo olímpico está cerrado (¿cerrado en plenos Juegos?, se pregunta una reportera venida desde Nigeria).

Son las contradicciones de unos Juegos contra natura. Ni la temperatura es la óptima para competir ni hay público que estimule a los atletas, que reciben solo los aplausos de sus entrenadores. A veces ni siquiera los de sus compañeros, a los que obligan a volverse a sus países de origen tan pronto finalizan sus competiciones.

Lo único que funciona sin modificación ni sobresaltos en la agenda es la enorme burbuja de la televisión norteamericana: un plató gigante, con aire acondicionado y todo tipo de lujos y comodidades. Sus empleados hasta tienen sus propios buses y viven aislados del resto de mortales. Son sus jefes quienes han decidido los horarios de la natación; y claro, también los que han elegido cuándo serán los 110 vallas, que en Tokio se correrán en horario matinal. Probablemente a 40 grados.