El rey del terror de Netflix ha vuelto. Mike Flanagan ha estrenado nueva serie y además viene con récord. De los del libro Guinness nada menos. El club de la medianoche es su nuevo trabajo para la plataforma de la gran N roja y ostenta el récord de ser la serie con mayor número de sustos en un solo episodio. Hasta 21 veces en el que el espectador pegará un repentino bote del sofá a largo de la duración cercana a una hora del capítulo. Es en el primero de todos, con lo que empieza a lo grande, y la mayoría de ellos están concentrados durante los minutos finales. No está nada mal. Sobre todo teniendo en cuenta de que a Flanagan eso de los sustos no le va mucho. Él es más de crear atmósferas inquietantes para intensificar los efectos terroríficos de sus historias. Pero al público siempre le gustan esos pequeños instantes de sobresalto, a los que suele suceder una risita nerviosa esperando que la cosa se relaje. Pero en El club de la medianoche no pasa eso. Desde La maldición de Hill House me hice fan incondicional del director y cuando llega octubre, que es más o menos el momento del año en que estrena nueva serie quizá como aperitivo para Halloween, ahí estoy sentado delante de la pantalla esperando a que me asuste.

Los protagonistas son un grupo de adolescentes con enfermedades terminales que cada medianoche se reúnen en la biblioteca de la residencia, donde están recibiendo tratamientos paliativos, encuentros en los que se cuentan historias de terror. Como bien dice uno de los protagonistas en el diálogo que precede a la escena de marras, "cualquiera puede golpear ollas y sartenes dentro de la cabeza de alguien y asustarlo. Eso no da miedo, solo sorprende. Y es una puta vagancia". Inicialmente Flanagan pensaba con esa secuencia quitarse de encima el tópico momento de los sustos y meterlos todos de golpe a bocajarro desde el principio, para poder pasar página y poder dedicarse a otras cosas en el resto de la serie.

Como ya hemos dicho más arriba, el susto por el susto es algo relativamente fácil. Por lo que al planificar esta secuencia, asistimos a toda una sinfonía del susto y que tiene su propio ritmo, Sobresaltos puramente gratuitos concebidos para generar tanta adrenalina o más que a bordo del cochecito de una montaña rusa. Un más difícil todavía que perfectamente podría ir acompañado de un redoble de tambores entre un susto y otro. Y consigue que botemos en la butaca. Sobre todo aquellos a los que nos gusta ver la serie con los auriculares puestos para poder dar caña al volumen. Eso sí, no es muy recomendable tener el bol demasiado lleno de palomitas cuando llegue la escena. Por si acaso acaban todas desparramadas por el suelo. Unas veces nos sobresaltamos más, otras menos, por mucho que sepamos que estamos ante una escena que tiene más de parodia que de cine de terror. Un arma de destrucción masiva, una ametralladora que dispara sin cuartel para terminar con el socorrido y anticlimático momento del gato que aparece saltando de la nada y que normalmente es el que suele ir en primer lugar. Y es que la serie es todo un ejercicio de estilo, cargado de metarreferencias e interesantes experimentos sobre cómo funciona la creación de historias y sobre todo las de terror. Pero también tenemos ejemplos del género fantástico y de ciencia ficción.

La mitad del argumento de El club de la medianoche lo forman esos relatos de terror que cada noche al calor del fuego se van contando los protagonistas. Son historias totalmente independientes, salvo algunas que sí que van continuando den episodio a otro, y nos dicen mucho de las personas que las están contando. A su manera, El Club de la Medianoche puede funcionar como serie de antología, al más puro estilo de Black MirrorThe Twilight Zone o Alfred Hitchock presenta. Hay que tener en cuenta que todos los personajes son adolescentes con enfermedades terminales en busca de historias sobre algo que les asuste más que la terrorífica enfermedad que amenaza con acabar con sus vidas cuando sea. Para los miembros de este club, no hay nada peor que el continuará, porque no saben si estarán ahí otro día para escuchar el desenlace. La parca puede aparecer en cualquier momento. Hay pistas de que este club puede ser mucho más antiguo que lo que sus miembros sospechan, aunque el promedio de suscripción de sus integrantes no es muy elevado. No hay más que ver el rol que interpretan el resto de los actores de la serie en estos relatos dentro del relato para entender un poco de lo que hay en la mente del narrador y cuánto de lo que cuenta tiene como trasfondo sus propias experiencias en la realidad. También hay sutiles referencias y conexiones con el resto de los relatos que cuentan el resto de los personajes en los otros episodios. Esas tramas se van alternando con otra sobre lo que realmente ocurre tras las paredes de este singular centro médico y leyendas sobre un extraño culto que logró milagrosos casos de curación entre los residentes. Las paredes de madera de ese caserón en el que viven consiguen transmitir la misma atmósfera de anteriores series del director y a mi me dio la sensación de que habíamos vuelto a Hill House.

A lo mejor es un tema demasiado intimista y personal para que la serie inicialmente no haya sido el boom de audiencia que Netflix esperaba, según algunos estudios de audiencias que han empezado a salir esta semana. Es cierto que el resultado de las historias independientes es un tanto desigual. Las hay peores y las hay mejores... pero es que las mejores incluyen esas secuencias que nos han hechos fieles devotos del director. Ay esos gritos silenciosos de las víctimas de ese asesino en serie.

Es cierto que para esta serie Flanagan ha escogido a un autor un poco más alejado de los que nos tenía acostumbrados, Chistopher Pike cuyos libros se enmarcaban en el género del terror adolescente. En sus primeras series, el cineasta se fue hacia los grandes clásicos de la literatura de terror y casas encantadas: The Haunting de Shirley Jackson inspiró Hill House; mientras que para su regreso fue Otra vuelta de tuerca de Henry James. La siguiente fue Misa de Medianoche que era la adaptación de una novela imaginaria que aparecía en otras películas del director, aunque bebía de otro de los reyes del terror Stephen King. Quien por cierto también es otro de sus fans incondicionales. La recepción de Misa de Medianoche también fue un tanto tibia tras su estreno hace un año, pero con el tiempo se ha revalorizado. El Club de la Medianoche sigue siendo un producto puramente del estilo de Flanagan.

No podía faltar una aparición de Henry Thomas (el que interpretara a Elliot en su infancia en E. T. el Extraterrestre) y que de una manera o de otra siempre le tenemos ahí. En El club de la medianoche tenemos un regreso de otra de esas actrices muy recordadas de los ochenta y que prácticamente estaban olvidadas como es Heather Langenkamp, muy conocida entre los fans de Pesadilla en Elm Street por haber interpretado a la adolescente que plantó cara a Freddy Krueger. Cada aparición suya en las películas de la saga, con mechón blanco o sin él, siempre era recibida con un aplauso. Nos ha faltado Kate Siegel, la musa de Flanagan, para que el club de cameos esté al completo.

Puede que El club de la Medianoche no esté a la altura de otros títulos de Flanagan pero contiene los suficientes elementos de interés para que quiera estar allí cuando estrene nueva serie. Para la próxima volvemos al terror más clásico, ya que se trata de una nueva adaptación de La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe. ¿Batiremos algún récord de nuevo?