Digamos la bromita del pobre anciano de 81 años llamado Juan Carlos que fue operado de corazón hace unos días después de una larga espera y tras sortear kilométricas listas de ídem, aunque el achacoso varón no ha perdido el tiempo y ha ido como un picaflor, como un yayo sin descanso, de palacio al yate, del yate a los toros, de los toros a cenas con copita y puro, de homenaje en homenaje y… ya sabemos lo que es ser emérito.

El anciano Juan Carlos es eso, un emérito al que, con dinero público, la sanidad le está dejando un motor estupendo. Vale, es lo que hay. Estos días, además, hemos visto en la tele, en todas, en informativos, magacines, tertulias y barras de bar con menú para elegir primero, segundo y postre, una romería de coches caros, de los blindados, con chófer y aparato de seguridad, de los que se van bajando allegados del paciente que, amables, con sonrisas lelas, contestan a la prensa vaguedades que todo el mundo espera como si fuese lo más normal sabiendo que no habrá preguntas «fuera de tono».

Es siempre lo mismo. La esposa del anciano Juan Carlos, Sofía, se dirige como una bala al círculo, al inmenso círculo de periodistas que recogen el maná de la nada, es decir, sí, se ha despertado, sí, se ha incorporado y está sentado en un sillón, no, aún no puede andar, sí, sí, ya toma comida triturada, claro, claro, poco a poco irá viniendo el resto de la familia.

No han posado todos a la puerta del hospital privado donde el paciente se recupera, algunos, incluso, por estar en el trullo, pero la recua ha sonreído, insisto, con sonrisa lela, hueca, y contestado humo que de inmediato ha alcanzado titulares en los informativos de todas las cadenas. ¿De verdad que esto es periodismo, y necesario?