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Ruta por los verdaderos guachinches: últimos bastiones en Tenerife

Del norte al sur de la isla, descubrimos los locales que mantienen vivo este patrimonio cultural, donde el vino de cosecha propia y la cocina casera siguen siendo los grandes protagonistas

Guachinche La Chaotera.

Guachinche La Chaotera. / E.D.

Paula Vera

Paula Vera

Santa Cruz de Tenerife

En Tenerife, la tradición vinícola se vive de manera única gracias a los guachinches, esos espacios humildes y acogedores donde la esencia de la isla se percibe en cada sorbo de vino y en cada plato casero. Su origen se remonta a mediados del siglo XX, cuando los pequeños viticultores del norte —especialmente en municipios como La Orotava, Santa Úrsula y La Victoria— comenzaron a abrir las puertas de sus casas y bodegas para dar salida al excedente de vino de sus cosechas. No era un negocio al uso, sino una prolongación natural de la vendimia: un espacio doméstico donde se recibía a vecinos y conocidos para degustar el vino nuevo acompañado de algo de comer, generalmente un plato sencillo preparado con productos del entorno.

Con el paso del tiempo, aquella muestra de hospitalidad se convirtió en una costumbre profundamente arraigada. Los guachinches se mantuvieron fieles a su carácter temporal, abrían solo mientras duraba el vino de la cosecha y cerraban cuando se agotaba. No existía una carta amplia ni menús cerrados, se ofrecía lo que había según la disponibilidad del momento y la despensa familiar. Ese vínculo directo con el producto, la temporada y la autenticidad fue lo que les dio su encanto y lo que todavía hoy diferencia a los guachinches tradicionales de cualquier otro tipo de establecimiento.

Aunque en las últimas décadas el término “guachinche” se ha popularizado y usado de forma indiscriminada, los auténticos —los reconocidos oficialmente por el Gobierno de Canarias— conservan ese espíritu inicial. Son lugares donde se come muchas veces entre parras, toneles y mesas improvisadas y donde el vino propio sigue marcando el ritmo de apertura. 

Qué distingue a un guachinche auténtico

No todo lo que se presenta como guachinche lo es. En los últimos años, el término se ha extendido hasta abarcar bares y restaurantes que nada tienen que ver con la tradición original. Para poner orden en este panorama, el Gobierno de Canarias reguló en 2013, mediante decreto, las condiciones que debe cumplir un guachinche para ser reconocido oficialmente. El objetivo era preservar su esencia y evitar el uso comercial indiscriminado de una palabra que forma parte del patrimonio cultural de Tenerife.

La norma es clara: un guachinche solo puede abrir cuando dispone de vino de cosecha propia, elaborado por el titular de la explotación; no puede adquirirlo ni embotellarlo para su venta comercial. La oferta gastronómica también está limitada, lo que permite mantener el espíritu sencillo y temporal que dio origen a estos espacios, evitando que se conviertan en restaurantes convencionales. Estos establecimientos se identifican mediante su placa oficial, otorgada por los órganos gubernamentales de la isla, que certifica el cumplimiento de la normativa sobre la comercialización temporal de vino de cosecha propia.

Cartel de un auténtico guachinche.

Cartel de un auténtico guachinche. / E.D.

Más allá del cumplimiento legal, lo que define a un guachinche auténtico es su atmósfera. Suelen encontrarse en zonas rurales o entre viñedos, con mobiliario sencillo, cartas escritas a mano y un servicio cercano. El vino se sirve a granel y el menú puede variar según la temporada, conservando siempre la esencia de la cocina tradicional canaria, con carnes a la brasa, garbanzas, bacalao encebollado o papas arrugadas. No hay artificio ni pretensión, solo la honestidad de quien cocina lo que cultiva y lo comparte con quienes llegan a la mesa.

Ruta por los guachinches auténticos de Tenerife

Comenzamos en La Guancha, donde Casa Francis se erige como un clásico que conserva el alma del guachinche tradicional. Su vino propio acompaña platos como carne fiesta, cherne salado, papas arrugadas y batatas. El plato estrella, el ñame cocido, es un auténtico éxito local que resume la sencillez y el sabor del norte.

Guachinche Casa Pepe.

Guachinche Casa Pepe. / E.D.

En La Orotava, La Chaotera nos transporta a un ambiente rural, con techos de parra y bancos de madera que enmarcan una cocina sencilla y honesta. Pollo frito, garbanzas, escaldón y pescado salado conforman su carta, mientras el vino a granel y el trato familiar mantienen viva la esencia del guachinche. Muy cerca, La Marzagana ofrece un refugio tranquilo donde albóndigas, carne de cabra y bacalao encebollado se acompañan de postres caseros y un vino tinto artesanal que completa la experiencia.

La Victoria de Acentejo concentra varios imprescindibles. Casa Pepe destaca por sus carnes a la brasa, pollo con salsa picante y carne de cabra, servidos con su característico vino tinto. Muy cerca, Guachinche Ramón sorprende con garbanzas, pulpo guisado o albóndigas, mientras su vino “Ruku Ruku” y la decoración rústica evocan la hospitalidad de los primeros guachinches. También en el municipio, Guachinche José, conocido como “El Tejadito”, suma más de tres décadas de tradición con platos como papas rellenas, escaldón de gofio, arvejas y conejo a la brasa.

Guachinche De Leti.

Guachinche De Leti. / E.D.

En La Matanza de Acentejo, El Chupete combina terraza con vistas a los viñedos y un salón rústico, donde garbanzas, conejo frito y carne fiesta se sirven con el característico vino tinto de elaboración propia, todo en un entorno cálido y familiar que invita a quedarse.

Ya en Tacoronte, Casa Nino, conocido como “Cruz Roja”, ofrece una carta breve pero muy cuidada. Cherne salado, pulpo guisado y chocos en salsa protagonizan el menú, acompañados de un vino de la casa que recuerda el espíritu con que nacieron los guachinches.

Guachinche Ramón.

Guachinche Ramón. / E.D.

Finalmente, en el sur de la isla, Guachinche Leti, en Guía de Isora, mantiene el carácter familiar y sencillo del formato. Escaldón, garbanzas, carne fiesta, baifo frito y cherne se acompañan de vino tinto a granel. Muy cerca, La Pacheca preserva la tradición con sus garbanzas y su famoso quesillo frito, mientras que Guachinche Abreu conquista con carne de cabra estofada, escaldón de gofio y costillas con piñas, servidos junto a su premiado vino blanco. En conjunto, tres paradas que demuestran que el alma del guachinche también late en el sur de Tenerife.

Lo que hace únicos a los guachinches es que, detrás de cada plato y de cada copa, hay una historia contada sin artificio. En ellos, los sabores se confunden con la voz de quien los sirve y nos recuerdan que la verdadera esencia de Tenerife no está en los escaparates, sino en sus mesas más humildes. 

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