A fondo
Carlos Loaiza: del fusil en Colombia a la coctelera en Tenerife
Este joven colombiano, natural de Tuluá, siempre tuvo claro que su futuro estaría en el ejército de su país, aunque no esperaba el inesperado final de esa etapa

De soldado a cotelero. / E.D.

Carlos Loaiza no tuvo una infancia fácil. Criado con su madre, la gran referente, ese niño que correteaba por las calles de Tuluá, en el corazón del Valle de Cauca, reconoce que el sueño de entrar en el ejército colombiano comenzó muy pronto en su vida, cuando apenas era un niño "que jugaba con soldaditos" pero con la idea clara de que algún día llegaría el momento de que esas diminutas armas de juguete se convertirían en un imponente armamento muy alejado de esas tardes de ocio.
Los años fueron pasando, "y las ganas de entrar en el ejército fueron aumentando", por lo que no tardó mucho en decidirse cuando con tan solo 18 años tuvo la oportunidad de hacer el sueño realidad. La pandemia del coronavirus retrasó ligeramente ese ingreso, pero cuando la guerra contra el virus dio una tregua, el joven Loaiza comenzó su gran desafío, "sintiendo mucha emoción, pero también mucha adrenalina". Él era consciente de los riesgos que tiene un soldado en Colombia, pues los frentes son amplios, "desde las guerrillas hasta la lucha contra el narcotráfico".
Vida o muerte

Carlos, durante su etapa en el ejército de Colombia. / E.D.
Al niño de los soldaditos lo destinaron a Chocó, en el noroeste del país, donde entró en un batallón de Infantería, "iniciando las labores de inteligencia y seguridad ciudadana. Tras pasar la etapa de entrenamientos, Carlos Loaiza no tardó mucho en comprobar que no era lo mismo jugar a los soldados que ser soldado, viviendo experiencias en las que temió realmente perder la vida. "Los choques con las guerrillas eran muy duros, se desarrollaban durante horas. Me preguntaba si seguiría vivo, o si volvería a ver a mi madre", relata.
Uno de esos enfrentamientos lo recuerda aún con el nerviosismo de quien casi pierde la vida, y de quien se tuvo que enfrentar cara a cara, tiro a tiro, bala a bala, con los enemigos que lo querían liquidar. "Una noche de 2021, llegando a Chocó, fui a pasar revista para que los centinelas se mantuvieran despiertos, cuando empezamos a recibir disparos de todos lados. Nos tuvimos que esconder en una trinchera, y ahí pasé mucho miedo. En plena batalla vi a un guerrillero enemigo muy cerca, y tuve que disparar a matar".

Carlos Loaiza, junto a compañeros del ejército colombiano. / E.D.
En Colombia, estos combates entre guerrillas y ejército son más habituales de lo que podamos llegar a comprender aquí. Los secuestros están a la orden del día en los puntos calientes del país, que unido a las guerras propias por el control del narcotráfico y al reclutamiento de niños para sangrientas y traumáticas labores, hacen que estos "combates entre los propios delincuentes sean también letales y sangrientos, es un problema nacional", apunta Carlos Loaiza, que admite que "yo siempre quise sentir cómo era disparar un fusil, defender a las personas. Pero cuando íbamos a muchos lugares y los niños se nos acercaban para agradecernos nuestra labor, es cuando uno es consciente de la magnitud del trabajo realizado".
Llegó la pesadilla

El joven soldado, durante su etapa en el ejército. / E.D.
En una de estas operaciones a las que se enfrentaba el soldado en los territorios asignados, una incautación de drogas que él protagonizó se convirtió en el principio del fin. Un agresivo despertar del sueño, un duro golpe de realidad. "Los traficantes me identificaron, y comenzó la pesadilla. Llegaron las amenazas de muerte, a mí y a mi familia. Ahí sentí mucho temor, sobre todo por mi mamá, no podía soportar la idea de que le hicieran daño", confiesa emocionado.
El ejército, con el propósito de protegerlo, dejó de mandarlo a misiones de alto riesgo, aunque la situación era ya insoportable, muy tensa. "Decidí salir, porque las amenazas estaban llegando ya al ejército. Busqué protección por parte de la Fiscalía, pero las cosas iban demasiado despacio, así que tomé una difícil decisión, aunque la más sensata: poner rumbo a Tenerife en 2023, donde me esperaba familia, y dejar atrás el sueño del ejército, que me apasionaba, con todos sus riesgos".
Etéreo y Pedro Nel, su nueva pasión
La hermana del recién llegado a Tenerife ya llevaba unos años afincada en la isla, teniendo contacto con un colombiano ilustre de Canarias, Pedro Nel, al frente del restaurante Etéreo, en Santa Cruz de Tenerife. "Fue mi hermana la que le preguntó a Pedro Nel si necesitaba a alguien para su restaurante, explicándole mi situación. Él rápidamente dijo que sí, a pesar de que yo no tenía ninguna experiencia", relata Carlos Loaiza.

Carlos, tras la barra de Etéreo. / E.D.
Su falta de conocimiento en el sector no fue impedimento para que Pedro Nel apostara por él, formándolo y ofreciéndole la oportunidad de conocer el apasionante mundo de la coctelería y la barra. "Pedro fue un apoyo fundamental, y lo sigue siendo. Siempre creyó en mí, me formó completamente, y me hizo apasionarme por un nuevo oficio. Pasé de tener un fusil a tener una coctelera; del campo de batalla a una sala de un gran restaurante".
Desde su llegada, la coctelería en el restaurante ha ganado mucho peso, algo que él agradece, entre otros, a uno de sus formadores más admirados, Óscar Lafuente, uno de los mejores cocteleros del mundo. "La gente sale muy contenta con la oferta de cócteles, y he encontrado una verdadera pasión. Voy a trabajar muy feliz a diario". Sobre su regreso a Colombia, país al que no ha vuelto desde que se tuvo que ir de manera forzada, el ahora coctelero reconoce que "me gustaría volver, pero de vacaciones. Aquí he encontrado un nuevo hogar, pues esa etapa de temor ha quedado en el pasado".
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