Desde la barra
Misión imposible: pagar poco y comer bien en Canarias
Las admirables excepciones no pueden camuflar una mediocridad gastronómica que poco a poco se ha instalado en cada esquina de nuestras Islas

Cartel de un guachinche. / E.D.

Hace unos días fui a probar una especie de tasca de nueva apertura de la que me habían hablado bien. Un precioso patio, una variada oferta de pinchos, una carta sencilla... o todo eso parecía. Iba con la intención de cenar, pero al ver la carta de vinos ya me dieron ganas de correr. En lugar de hacerlo, decidí pedir un par de esos famosos pinchos, a cada cual peor.
La retirada fue cinematográfica, como esas escenas protagonizadas por Tom Cruise en la saga de Misión imposible. Es la dictadura de la mediocridad gastronómica, sin piedad. Las mal llamadas tascas parece que se copian las cartas unas a otras. Los productos de quinta gama deambulan por ellas con la tranquilidad de quien va a triunfar sin mayor esfuerzo, y los precios, en comparación con la inexistente calidad, otro disparate.
Antes quedaban los bares de barrio, ya en peligro de extinción; los guachinches, de los que ya solo queda un melancólico recuerdo. Ahora deberían llamarse Guachinches 35, por ese vino afrutado del que tanto presumen todos y que tiene de canario lo que mismo que el pincho que probé tenía de rico. Es decir, cero. Son malos tiempos en la gama básica de la gastronomía, esa que siempre ha dado bien de comer a precios populares.
Lo bueno se paga, pero se disfruta
Seamos realistas: para disfrutar de una buena experiencia gastronómica hay que rascarse el bolsillo, pero al menos tener la tranquilidad de que uno no va a salir cabreado tras invertir dinero y tiempo de ocio. Comer bien ya es un lujo al que no todos pueden -ni quieren- acceder, de ahí que esa dictadura de la mediocridad esté en su momento de gloria.
La alta cocina, por su parte, vive su momento estelar, y nunca mejor dicho. Los restaurantes gastronómicos en las principales zonas turísticas de Canarias siguen de luna de miel, cosechando éxitos y ofreciendo menús de altísimo nivel. Es la otra cara de la moneda. Como si de un reflejo de la sociedad se tratara, la clase alta gastronómica va como un tiro, la clase media ya es casi inexistente, y la clase baja se conforma con un homenaje donde predomine la cantidad, porque la calidad ya es otro cantar.
El problema de esta dictadura de la mediocridad gastronómica es que muchos de esos negocios se están traspasando, otros tantos están rezando para que el último fichaje no se coja la baja y no pocos tienen el cartel de 'Se busca cocinero con experiencia'. Y así van caminando, entre fritangos de dudosa salubridad, salseríos varios y tapas propias de un bar piscina de hotel de dos estrellas lleno de ingleses.
Dígame, si usted puede, al menos cinco sitios donde uno pueda comer bien a un precio adecuado en Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, La Laguna o Telde, por poner cuatro ejemplos. Yo vivo en La Laguna, y no me salen ni tres. La preciosa ciudad de los Adelantados, Patrimonio de la Humanidad por su casco histórico, es también un agujero negro donde comer algo decente en algún sitio es una lejana y triste utopía.
El famoso ticket medio
Pagamos con rotunda normalidad unos 50-60 euros de ticket medio en lugares cuya calidad no debería llegar ni a 15 euros. Eso de la calidad-precio da para un libro, pues ni el comensal es consciente de la calidad que consume, ni el cocinero o cocinera de turno es consciente de la calidad que puede ofrecer sin reventar el bolsillo del personal. En algunos Guachinches 35 se puede seguir comiendo por 20 euros, quizá algo menos, aunque lo que usted esté comiendo sea más propicio para alimentar al ganado.
De ahí, estimado lector, que cuando hablamos de Canarias como un destino gastronómico de primer orden, no lo hacemos gracias a esas añoradas casas de cocina, bares, tascas o guachinches. Lo hacemos gracias a cocineros que conducen naves espaciales y cuyas herramientas de lujo les permite crear y triunfar. Y lo hacen muy bien. El resto, salvo las excepciones, es para llorar.
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