Ensayo de un camarero

Cuando el vino entra, la verdad sale

No sería la primera vez que un cliente entiende más que el propio camarero, ya sea de vinos, cócteles o recetas y con total humildad se acepta

Una cata de vino.

Una cata de vino. / E.D.

José Miguel Sánchez

José Miguel Sánchez

Santa Cruz de Tenerife

Ya les digo yo que, si hay una bebida que descubra más que el suero de la verdad, ese es el zumo de uva. Como dice el dicho, In vino veritas, “En el vino está la verdad”, y es que alrededor de esta bebida de dioses, hay muchos endiosados en vida que no dudan de alardear de su saber y experiencia.

Cuando pregunto si desean tomar vino y acerco la carta, siempre hay un sumiller en la mesa, es curioso, porque siendo este oficio arduo y complicado, mis compañeros y yo nos tropezamos con muchos últimamente, y es que esta bebida ha descubierto a más de uno o una que no dudan en describir el vino o apuntar sus defectos y virtudes.

Aún recuerdo aquella época cuando se podía fumar en los restaurantes y montábamos las mesas, incluyendo un cenicero en el medio de la misma. Los clientes fumaban dentro del restaurante y la atmósfera se saturaba de ese olor a nicotina que impregnaba tu ropa. Acto seguido, después de la última bocanada de humo sacaban su Orbit de menta para aliviar un poco la halitosis que desprende un fumador habitual.

Aun así, los clientes insistían en catar el vino, a lo que yo no daba credibilidad alguna, pues poco me podría reclamar un comensal con semejante bouquet. Aquella época ya pasó, por suerte, pero actualmente y ya sin humos, seguimos viendo clientes con muchas pretensiones alrededor de este mundo. Sin embargo, se ha de tener en cuenta que cuando damos a catar un vino, no es para que lo pruebe y dependiendo de si le gusta se lo quede o lo rechace, o para que todos los comensales de forma unánime lo acepten. A no ser que sea alguna recomendación del camarero, el vino que damos a catar (que no probar), es para saber si el vino está en buen estado o en mal estado, óptimo o decadente.

Las anécdotas de los 'expertos'

No seré yo el que ofrezca una clase magistral de cómo se debe catar un vino, pero hay anécdotas muy memorables alrededor de este mundo, que en innumerables ocasiones nos sobrepasan a los camareros y nos dejan atónitos; expertos en la materia que prefieren un Tempranillo antes que un vino Crianza como si Tempranillo fuera un tipo de envejecimiento o edad del vino (es una uva), quien solo por el olor del corcho reconoce el estado del vino, o cuando nos piden un vino blanco y te dicen aquello de “le falta frío” pues según los “entendidos” debería estar en el congelador a menos tres grados. Y así, podría darles un sinfín de situaciones sorprendentes.

Si se me permite la observación y sugerencia, no hace falta a la hora de catar un vino marear la copa como si de un café con leche se tratase, ni elevarla a contraluz o permanecer con la nariz dentro de la copa durante un minuto. En un restaurante, quien elige el vino, si es porque lo conoce, debe mirar su contraetiqueta y observar que su añada, características y denominación coinciden con lo que se ha pedido; una vez servido, es esencial saber coger esa copa, siempre por su tallo o su base, oler, ver y catar si lo ve preciso.

Poco más es necesario en este ritual donde algunos y algunas pretenden parecer hijos del mismísimo Baco. Si, por el contrario, no se conoce el vino, hay que ser cauto a la hora de sentenciarlo a muerte, como ejemplo, muchos vinos canarios por su olor han sido ejecutados en mesa sin derecho a réplica. La ignorancia es atrevida y la arrogancia a veces sale a flote frente a un grupo de amigos, o delante de esa cita a la que queremos impresionar. A veces lo sencillo es lo más atractivo y elegante.

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