El Enófilo
El misterio de los vinos de guarda
El otro día, entre conversaciones de amigos, les comentaba que el vino que estábamos tomando era un vino de guarda

Cata de vinos personal. / Mulchand Chanrai

Eso generó cierto cachondeo, pero tras las primeras risas, uno me preguntó sobre el tema y, sin darme cuenta, iniciamos una discusión que iba más allá de la simple cata de una bebida: comenzamos a hablar de tiempo, de tradición y del arte de saber esperar.
La noción de “vino de guarda” no es solo una etiqueta que distingue a ciertos vinos de otros. Es, en esencia, una metáfora de la paciencia y la convicción de que algunas cosas requieren de un proceso prolongado para alcanzar su máximo esplendor. En el mundo vinícola, el tiempo es el gran escultor, moldeando aromas y sabores, equilibrando taninos y desvelando matices que, a primera vista, podrían pasar desapercibidos. Así, el vino de guarda nos invita a reflexionar sobre la importancia de la espera, de la dedicación y de confiar en los procesos que, aunque lentos, pueden brindarnos resultados excepcionales.

Vinos de guarda en formato Magnum. / Mulchand Chanrai
Conversaciones como la que tuve con mis amigos nos revelan, de manera casi inadvertida, cómo nuestra cultura se ha ido desconectando de la idea de que lo valioso se construye con el tiempo. Nos enseña que, a menudo, el valor no se mide por la rapidez con la que obtenemos resultados, sino por la calidad del proceso que nos lleva a ellos.
El guardar como valor añadido
El vino de guarda también es un recordatorio de la importancia de la tradición y el conocimiento transmitido de generación en generación. Las bodegas familiares, con recetas y técnicas heredadas, han sabido conservar secretos que, al igual que un buen vino, se revelan a medida que pasan los años. En un mundo en constante cambio, donde lo efímero y lo instantáneo parecen reinar, la persistencia y la tradición nos ofrecen un refugio, una garantía de que no todo lo bueno se ha perdido en la prisa del momento.
Por otro lado, la experiencia de degustar un vino que ha sido cuidadosamente conservado es, en sí misma, un acto de conexión con el pasado. Cada sorbo es una invitación a viajar en el tiempo, a sentir en el paladar la esencia de un terroir, la dedicación de un enólogo y la historia de una tierra. En este sentido, el vino de guarda se transforma en un narrador silencioso, cuyas historias se desvelan poco a poco, recordándonos que, en la vida, las cosas verdaderamente significativas requieren ser saboreadas y no consumidas a la velocidad de la luz.
La próxima vez que alguien cuestione el “guardar” de algo o de alguien, recordemos que el tiempo, con su inagotable sabiduría, nos enseña que lo que realmente vale la pena no se precipita, sino que se cultiva con esmero y dedicación.
En definitiva, hablar de un vino de guarda es hablar de la vida misma, de la importancia de dejar que las cosas maduren en su propio ritmo y de aprender a disfrutar cada etapa del proceso. Porque, al final, tanto en una copa de vino como en el devenir de nuestra existencia, lo esencial reside en apreciar el viaje, en confiar en que cada segundo invertido contribuye a un resultado que, en su plenitud, supera cualquier expectativa.
Recuerda que si quieres compartir conmigo tus proyectos, bodegas o vinos siempre puedes escribirme a mulchandchanrai@gmail.com
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