Ensayo de un camarero

El calor del amor en un bar

Ya decía Gabinete Caligari aquello de "bares, qué lugares tan gratos para conversar" allá por 1986

Claudia Acosta y José Miguel Sánchez.

Claudia Acosta y José Miguel Sánchez. / E.D.

José Miguel Sánchez

José Miguel Sánchez

Santa Cruz de Tenerife

Y es que creo que no hay sitio mejor para una primera cita que un bar. Todos y todas hemos tenido una primera cita en un restaurante, una terraza o una cafetería. Las primeras citas son muy fáciles de intuir para los que te atendemos, y es que hay gestos y pautas que delatan esas ganas de complacer a la persona que tenemos delante.

Siempre está el romanticismo de salir a un parque a pasear, a tomar un helado o, los más atrevidos, a ver alguna película aburrida al cine; pero lo cierto es que un lugar rodeado de gente haciendo algo común para todos como es comer y beber nos proporciona cierta seguridad a la hora de conquistar y cortejar a nuestra cita.

Bien se puede elegir un sitio con barullo, desenfadado e informal, donde las distracciones externas te saquen de algún silencio incómodo, o quizá un lugar más tranquilo y elegante donde sacar todas las armas de seducción posible. En cualquiera de los casos, todos sabemos que sea cual sea el lugar, hay platos prohibidos para esa primera cita, como pueden ser los espaguetis, las carnes pesadas, alimentos con ajo o repetitivos y langostinos a no ser que sepas pelarlos con cuchillo y tenedor. Nadie quiere ver a su primera cita chupando cabezas de crustáceos o comiéndose con las manos un muslo de pollo a la parrilla.

Gestos que delatan

Es fácil identificar una primera cita: no suele haber fallo en la vestimenta, a veces incluso se puede pecar de ser excesivamente elegante para el lugar elegido, suelen ser parejas que cuando entran en el restaurante se notan como perdidas, casi pidiendo S.O.S al camarero para que les coloque en una mesa lo antes posible. 

Curiosamente, en las primeras citas, los aspirantes a algo más no suelen tener mucho apetito. Optan por comidas ligeras, y a los dos les da igual qué pedir de la carta, todo esta bien, “si te apetece a ti, lo pedimos”; “bueno, nunca lo he probado, pero lo pedimos y así lo pruebo”; “si quieres compartimos el postre”; “no suelo tomar vino, pero un día es un día”. Y así sucesivamente, hasta la hora de pagar la cuenta, donde todo se atraganta en un pago yo, pagamos a medias o a la siguiente invitas tú… esta última es como escuchar a cupido diciéndote en el oído “¡lo has hecho muy bien!”

¿Qué gesto de amor puede superar dejar la última cucharada del postre a tu pareja? Incluso cuando te dijo que ella no quería postre, o por ejemplo cuando tienen que cambiar los platos porque a tu pareja le gusta más lo que has pedido tú, o ese último sorbo de cerveza fría que has guardado para el final y lo cedes para que tu amado o amada que no quería beber alcohol hoy, acabe su último bocado.

En un bar o restaurante, normalmente las parejas se relajan, dejan atrás los problemas del trabajo, de la familia y del día a día para tomarse un descanso emocional y disfrutar de la persona con la que hemos decidido pasar ese buen rato con una buena comida, un buen vino o un café.

Yo a mi novia la llevé por primera vez al Bar el Perola, en mi amado pueblo de Agaete. Allí comimos papas fritas con berberechos y bebimos algunos vinos de más, y hasta la fecha seguimos enamorados, así que, si para este 14 de febrero no se les ha ocurrido nada, puede que este sea un buen plan. A la mujer de mi vida Claudia Acosta, feliz día de San Valentín.

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