Ensayo de un camarero

Las faltas de respeto a los camareros: "¡Cuando puedas...pero ya!"

Son muchas las ocasiones en las que los camareros soportamos faltas de educación y respeto en el desarrollo de nuestro oficio

La falta de respeto al personal de hostelería es un hábito extendido.

La falta de respeto al personal de hostelería es un hábito extendido. / E.D.

José Miguel Sánchez

José Miguel Sánchez

Siempre he opinado al respecto que puede ser por aquello de confundir servicio con servilismo. La rutina te enseña a gestionarlo lo mejor posible, en el mejor de los casos, y en otras nos golpea y aguantamos el tirón, pero a la larga pasa factura al que está detrás de la barra. 

Ir a un restaurante, cafetería o bar, debe ser un momento de placer y tranquilidad incluso de desconexión, el famoso kit-kat. Cierto es que no siempre se dispone de ese tiempo, o la rutina le tiene acelerado, pero nada justifica perder las formas, algo que muchas veces ocurre cuando los que nos visitan piensan que no están siendo atendidos en tiempo y forma, y esto casi siempre se traduce en que el cliente cree que nada más llegar al restaurante o bar debe ser atendido y servido inmediatamente.

¿Cuántas veces estamos sentados en un restaurante y oímos aquello de "¡cuando puedas!" al camarero una y otra vez?, cuando en la mayoría de los casos lo que quiere decir es "¡atiéndeme ya!" Y, cierto es que hay servicios que no están a la altura, o algunos días que el personal está más despistado atendiendo al público, pero la falta de empatía hacia el sector es algo que sorprende mucho. Y digo al sector porque parece ser que ante otros oficios no somos tan exigentes o en cualquier caso somos más benevolentes con el que nos tiene que atender, incluso cuando el coste que pagas por ese servicio es mucho mayor.

Diferencia entre oficios

Recuerdo cuando de pequeño mis padres me llevaban al médico, esas salas de espera con un mobiliario anticuado, sillones de sky negro cuarteados por el uso y números de revistas pasadas de fecha amontonadas unas encima de otras. Largas tardes donde la cita de las cuatro con la digestión a medio hacer se hacía eterna, para que media hora después, en el mejor de los casos, te dieran entrada en la consulta del médico. Allí se encontraba el especialista, rodeado de pisapapeles y títulos colgados en una pared blanca de gotelé.

Nunca observé a nadie pedir una hoja de reclamación, ni montar un espectáculo, ni poner una mala crítica en ninguna red social del momento por ese tiempo en la sala de espera. Tampoco lo observo en el banco, cuando tienes la cita con el director con el fin de negociar la hipoteca de la casa y te recibe cuando él puede. O cuando vas al cine y haces esas colas para comprar las roscas o cotufas que te comerás frías con la película ya empezada. Y así en multitud de situaciones que se repiten en otros escenarios.

Llegan al bar y se sientan sin esperar por la mesa, queremos el café ya, casi sin dar los buenos días. Si han pasado unos minutos desde que se pidió la caña, la segunda vez que la pidan será con un toque de atención, y si el pan no ha llegado, casi que tenemos que invitarlo para que no se enfaden. Y así en multitud de situaciones anecdóticas, pero que si las sumas todas te das cuenta que algo está fallando.

Lo quiero para ya

Y es que vivimos en la sociedad de la inmediatez, de lo quiero ya, rápido, bonito y barato. Queremos llegar al restaurante, pedir y que la comida esté servida en la mesa casi de inmediato, el vino en la copa y el pan calentito. Los comensales nos exigen un ritmo de trabajo que choca directamente con las premisas de un buen servicio y una elaboración correcta del menú. Me pregunto si en sus puestos de trabajo son tan autoexigentes y detallistas.

Pagamos por un servicio, que esperamos sea de calidad y eficaz. Pero, por favor, no olviden que tratan con personas y no con robots, por ahora. Traten de relajarse y disfrutar del momento, aunque solo sea para tomarse ese café descafeinado con leche tibia desnatada sin lactosa con azúcar morena servido en vaso de cristal.

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