Gastronomía

'Chacayca', masticando la infamia

La obra de Rafael Yanes está salpicada de referencias a la cocina popular, sobresaliendo la gran fiesta protagonizada por la matanza del cochino, que el autor relata de forma prolija

Rafael Yanes Mesa

Rafael Yanes Mesa / El Día

Sergio Lojendio

Sergio Lojendio

Santa Cruz de Tenerife

Seleccionada entre las diez finalistas al Premio Planeta 2010, la novela Chacayca está ambientada en un pueblo ficticio donde ocurren infamias reales. Sus paisajes imaginarios adornan vivencias auténticas, marcadas por un sufrimiento que se asume como inevitable.

Los personajes de Chacayca construyen el paisaje humano del mito insular mientras se esfuerzan por moverse en un espacio inamovible y eterno, donde los sueños solo son posibles al otro lado del horizonte. Desde la perspectiva del deseo y la voluntad de vencer lo circunstancial, Rafael Yanes construye una narración coral en la que se integran los misterios y las promesas de sus personajes hasta completar la historia de una estirpe y de un pueblo, revisando las fuentes creativas que han definido lo insular desde hace siglos y creando un espacio de ficción donde se reflejan las posibilidades de la isla y la experiencia del tiempo que es vivir. 

En el aspecto gastronómico, la obra está salpicada de referencias a la cocina popular, sobresaliendo la gran fiesta de la ciudadela, protagonizada por la matanza del cochino, episodio que el autor relata de forma prolija, desde la emoción que embarga a los niños la noche anterior, a la tarea de las mujeres, que «han estado toda la jornada moliendo almendras, pan y las especias necesarias» para la composición de las morcillas.  

Naturalmente, el ritual tiene lugar un domingo, con la figura de Ataúlfo, el Mudo, como maestro de ceremonias: «Su cuchillo, afilado siempre, se muestra certero en los primeros movimientos», ya desde el momento en que hasta cuatro hombres, ayudados por cuerdas, sujetan al animal, de más de doscientos kilos. Ataúlfo practica «un corte profundo en el pecho, junto a la paletilla», que además de producirle la muerte provoca el torrente de sangre que se recoge para elaborar morcillas.

Y como del cochino nada se desperdicia, de las tripas se obtienen las mochilangas; el hígado, el corazón y los pulmones se convierten en asadura con salsa; la lengua se corta en tiras, que se salan y se guardan para componer las garbanzas y los sesos, parte de una ricas tortillas. También los niños «esperan con impaciencia a que Ataúlfo coja la vejiga, la infle y la convierta en la pelota con la que jugarán en el cantero».

Una vez está lista la masa para las morcillas, la mujer más experta realiza la cata, recomendando añadir más hierbas o almendras. A su orden se comienza el relleno de las tripas, que «se atan para separarlas en pequeños trozos, se hierven en agua y se cuelgan para su secado».

El pasaje dedicado a la boda de los hijos de los patronos está exento de alegría, es una obligación impuesta por las pautas del caciquismo universal. «Todos comerían carne y brindarían con vino» por la unión. «El abundante licor avinagrado les ayudaría a sumergirse en un dulce sueño que les haría olvidar la triste realidad de sus vidas».

Pero esta de Chacayca es también una historia centrada en las mujeres y en los menudos, protagonistas principales cuando se trata de marginación, desigualdad y también incomprensión.

Es el caso, por ejemplo, de Seña Paula que «va al mercado de la ciudad con las habichuelas y las papas de Chinguaro», el paradigma de esas mujeres siempre sacrificadas, aquellas que «mantienen sobre la cabeza, con un equilibrio asombroso, los lebrillos con el gofio, las papas y las cebollas, ingredientes de la comida que inalterablemente engullen a medio día» los jornaleros.

En esas duras jornadas en el campo, «los niños se entretienen en el rebusco», una labor que desde su inocencia convierten en un juego. «Lo hacen al terminar la jornada dedicada a la cogida de papas, cuando vuelven de noche a la finca para apañar las que se dejaron en el cantero», Y es que los peones se encargan de enterrar a propósito los tubérculos más grandes para que de esta forma los niños rebusquen. Y es una necesidad para que así el sustento alcance a toda la familia. Y lo mismo sucede al cernir el trigo para molerlo y hacer el gofio».

A propósito de las papas, Rafael Yanes describe una modalidad de presentarlas apenas conocida para el común de la gente y realmente muy singular: las escurrupichadas, «llamadas así porque después de ponerlas en la bandeja, alguna mujer llena su boca con el mojo de cilantro para desparramarlo sobre ellas a modo de escupitajo», una fórmula que, sin duda, resultará desagradable para muchos comensales.

Y de fondo, el horizonte de la ciudad, una puerta abierta a los sueños. En un carro de camino a la ciudad «detuvo su marcha en una plaza, donde una infinidad de mesas ofrecían verduras y frutos con una variedad asombrosa».

Tracking Pixel Contents