Si bien resulta probable que en la época romana se comieran torrijas –el gastrónomo Marcus Gauius Apicius se refirió a este postre en su libro De re coquinaria, en el siglo I–, y que se conocieran en Al-Ándalus, el primer registro escrito sobre este dulce data del siglo XV, cuando Juan del Encina documentó «miel y muchos huevos para hacer torrejas». Las primeras recetas las encontramos en el Libro de Cozina de Domingo Hernández de Maceras, publicado en 1607.

Este alimento, de origen humilde, ya se recomendaba desde el siglo XV para la recuperación de las parturientas en el posparto. Dos de sus ingredientes, la miel y los huevos, aportan vitaminas, minerales y aminoácidos, sustanciales para procurar los nutrientes necesarios en la producción de leche materna. Sin duda, los niños siempre han venido con un pan bajo el brazo, en este caso para elaborar torrijas.

Una buena rebanada de pan, leche y azúcar, huevos, miel, un toque de canela.., y a freír. No parece tener mucho secreto. Lo cierto es que el dulce más típico de la Semana Santa encierra un gran poder energético (más de 400 kcal por ración), una bomba de calorías, grasas e hidratos, lo que unido a la sencillez de sus ingredientes, muy básicos, lo convierten en un alimento apropiado para los ayunos de la Cuaresma.

Pero existen alternativas más saludables, como sustituir el azúcar blanca por edulcorante o pasta de dátil –también las harinas refinadas–, friéndolas vuelta y vuelta en la sartén con una pizca de aceite de oliva. Y también está la posibilidad del horno.

Ahora bien, el secreto de unas buenas torrijas está en elegir bien el pan, que sea duro, mejor de varios días, combinando su suavidad, bien empapado en leche, con la firmeza necesaria para que las torrijas puedan rebozarse y freírse sin que se deshagan.

  • Pan de barra. Duro, al menos del día anterior; debe mantenerse bastante tiempo en la mezcla de leche para que empape bien y así se ablande la corteza.
  • Pan candeal. De miga suave, compacta y con poca humedad, resulta muy adecuado. Su corteza es algo más dura y hay que estar al tanto para que quede empapada.
  • Pan de chapata. Su gran número de ojos (agujeros) complican captar la humedad de la leche. Además, su corteza es bastante dura, por lo que es inadecuado.
  • Pan de molde. El inconveniente es su textura, muy blanda, lo que provoca que se rompan fácilmente.
  • Pan de torrijas industrial. Presentan una miga muy compacta y una corteza muy blanda.

Lo cierto es que este dulce, uno de los iconos gastronómicos de la Semana Santa, no escapa a los efectos del aumento de los precios de los carburantes, la invasión de Ucrania o la inestabilidad financiera. Según estimaciones de la EAE Business School, el coste de elaboración de las torrijas se había incrementado un 16,8% en 2022 con respecto al año anterior. La inflación y un IPC que ha cabalgado hasta la insólita cifra de los dos dígitos, y que los expertos no aciertan a dominar, se ha cebado en alimentos de primera necesidad. Según datos de la OCU, la leche ha subido en torno a un 30% interanual; el aceite, otro 30%; los huevos, el 26% y el pan un 13%.

Según la última revisión llevada a cabo por el Banco de España, el IPC de los alimentos para 2023 subirá más de un 4% respecto a su previsión anterior. Concretamente, el organismo regulador sitúa el indicador en el 12,2%, frente al 7,8% que estimó en diciembre.