El firme golpeo del martillo sobre el yunque, a intervalos cortos y largos, acompasados, resuena con un fondo agudo y metálico en la calle Santa Rosa de Lima, en el lagunero pueblo de Guamasa. Allí, en su taller, Daniel Castro Hernández revive en cada gesto –con alma de Vulcano– la tradición centenaria de crear cuchillos canarios, los naifes (de la voz inglesa knife), ya reseñados en sus obras por la viajera irlandesa Olivia Stone, el etnógrafo español Víctor Grau-Bassas o el antropólogo francés René Vernau, entre otros.

Esta particular historia comenzó a fraguarse en 2015, cuando la mujer de Daniel se reincorporó al trabajo tras una baja de maternidad y él, con 40 años y maestro de Primaria, decidió pedir excedencia laboral. «Por entonces no conocía el oficio, pero sí mantenía vinculación con el salto del pastor y siempre me ha apasionado la etnografía». Fue así que, decidido, dio el brinco a Gran Canaria para aprender del ma­estro Ramón García Artiles: «Lo observaba en silencio mientras trabajaba, pendiente de cada detalle; él fue quien me metió el bicho», afirma. A partir de ahí se templó en la escuela de forja de Ramón Recuero, en Toledo, y también con Víctor Aparicio, ingeniero industrial y herrero tradicional, hasta que a comienzos de 2017 decidió abrir su propio taller: El Pete (nombre con el que se conoce el contrafilo).

En este tiempo, sus manos han ido dando vida a cuchillos que son auténticas piezas artesanales, de orfebrería, elaborados con mimo, desde un profundo respeto a las técnicas tradicionales –pedazos de historia–, pero también acerando las hojas con flexibilidad hacia nuevas ideas y creaciones. «Dentro del arraigo y la fidelidad al oficio, también creo que hay que abrirse a nuevas posibilidades», de tal manera que no queden sólo en un elemento de adorno, «en una pieza emocional», explica Daniel. Aunque reconoce que, debido a sus características, estos cuchillos no están pensados para trajinar en la cocina y, por tanto, no se enfilan a la gastronomía, con ocasión de la cita de Madrid Fusión 2022, Daniel presentó un cuchillo quesero, manteniendo la línea tradicional, que llamó la atención por su utilidad, como también sucede con el cebollero.

Es precisamente en el encabado (el mango) donde se apreciar la tarea de filigrana, el elemento que define el verdadero cuchillo canario y el que ocupa el mayor tiempo de trabajo. Esa joya se crea anillando el cabo con piezas de cuerno de animales decoradas con la incrustación de finas láminas de metal, preferentemente de níquel de antiguas monedas de peseta y de a duro, también los latonados de las vainas de bala o metales nobles. Todos ellos materiales reciclados.

Lo cierto es que se ha perdido aquella imagen de los campesinos canarios con estas hojas fajados a la cintura, un símbolo de identidad. «En buena medida porque han ido desapareciendo ciertas tareas en la agricultura y la ganadería», subraya Daniel, además de que «la normativa impediría que una persona andara por ahí con un cuchillo a la cintura».

Y así habla, mientras sigue golpeando, rítmicamente, forjando una tradición que es oficio y también vida.