Hace ahora poco más de un año y medio –como sucediera siglos atrás con la Morenita–, este grupo gastronómico ha aparecido casi milagrosamente en la Villa Mariana con una propuesta de raíz canaria, una cocina ortodoxa y precisa mientras la mar rompe en la orilla con un local que mira al horizonte.


Cuenta la leyenda relatada por el cronista Fray Alonso de Espinosa que dos pastores guanches iban a encerrar sus cabras a las cuevas cuando notaron cómo aquellas se arremolinaban, temerosas y huidizas. Sorprendidos por la actitud mostrada por el siempre tan obediente ganado, se asomaron a la desembocadura del barranco de Chimisay y sobre una roca, prácticamente en la misma orilla del mar, descubrieron la figura de una mujer que creyeron animada. Como les estaba prohibido hablar o acercarse a ellas en un lugar despoblado, le hicieron señas para que se retirase de allí. A uno, el brazo se le quedó yerto y sin movimiento; el otro quiso herirla con su cuchillo y fue entonces cuando resultó lesionado por él mismo. Asustados, huyeron hacia Chinguaro y le contaron lo sucedido al mencey Acaymo, quien incrédulo acudió al lugar con sus consejeros. Ella no respondía a sus requerimientos, pero nadie se atrevía a tocarla. El mencey decidió que fuesen los mismos dos pastores que la habían encontrado quienes la recogieran y, al contacto con la imagen, sanaron de inmediato. Aquella mujer, con un niño en brazos, era algo sobrenatural.

La cueva donde se instaló, en la zona de El Socorro, se convertiría con el paso del tiempo en capilla. Más adelante, un joven rebautizado bajo el nombre de Antón Guanche, que había sido tomado como esclavo por parte de los castellanos, reconoció en aquella imagen –abrazada como divinidad por los guanches– a la Virgen María de los conquistadores, conocida por los aborígenes como Chaxiraxi, la Madre del sustentador del cielo y la tierra, que se trasladaría finalmente a la cueva de Achbinico, en la parte trasera de la actual basílica de Candelaria, centro de peregrinación, donde la talla es venerada y convertida en la gran advocación de la religión cristiana de la isla de Tenerife y elevada a la condición de Patrona de Canarias.

Hace ahora poco más de un año y medio –como sucediera siglos atrás con la Morenita–, el grupo gastronómico Bollullo ha aparecido casi milagrosamente en la Villa Mariana. Lo ha hecho desde la vertiente norte, desde la mítica playa de La Orotava de ese nombre –donde regentan El Bollullo Beach y El Bollullo Chiringuito, que luce un Solete de la Guía Repsol– y también en Los Realejos, en el Camino de San Pedro –con el Bollullo Mirador–, hasta la banda sur de la Isla y este Bollullo Oasis que rinde culto a la buena cocina y recibe las alabanzas de la clientela hacia esas maneras, siempre ortodoxas y precisas, del cocinero Luis González.

El pasado mes de enero, doña Sofía se presentaba de manera sorpresiva en este local y desde entonces una mesa asomada a la bahía la conocen como de la reina

La oferta de esa despensa que es la mar rompe en la orilla de un local que mira cara a cara al pescado fresco, de captura artesanal, esa otra manera de alimentar y alimentarse, y que antes recibe, como es de rigor, un servicio de pan acompañado de alioli y mantequilla de pimentón que Tino deposita en mesa.

Las barcas, mecidas en un acompasado vaivén, lucen como privilegiadas espectadoras, con la imponente silueta de la rotunda Basílica al fondo. El pasado mes de enero, doña Sofía se presentaba de manera sorpresiva en este local sin previo aviso –salvo el preceptivo repaso de seguridad por parte de los guardaespaldas–, despertando la expectación de los vecinos. Desde entonces, asomada a la bahía, existe la que ya se conoce como la mesa de la reina, un reclamo que se ha convertido ya en eterno para los más curiosos. La monarca degustó una ensalada de queso y tomate y, de segundo, una sama con salsa holandesa, terminando con una licencia: un delicioso postre de chocolate. «Se fue con buen sabor de boca», asegura con sinceridad Luis González, y tuvo además la deferencia de atender a quien le requirió una fotografía para inmortalizar un momento tan especial como único.

Pero volviendo a la carta de los vasallos, la radiante Lívia –una camarera brasileña que inunda la sala con su amplia sonrisa–, valga un ceviche agridulce de camarón –qué grandes posibilidades ofrece este humilde marisco–, con yuca frita y cilantro, una combinación tan sabrosa como recomendable, que se perpetúa en los Mejillones al curry amarillo, lima, cilantro y leche de coco –un salto en el grado de picante–, que precisa el auxilio de un blanco de Trevejos, afirmación de calidad y altura.

Las croquetas de cochino negro son una marca identitaria de un cocinero como Luis González, en esta oportunidad con una particular salsa de ajo negro, un bocado que resulta ineludible hasta para quien tiene en las de su madre o su abuela un plato fetiche; también un costilllar con papas arrugadas y mantequilla de salvia o ese meloso, presentado en una milhoja y con su bechamel. Con todo, esta vez la verdadera reválida la representó una carne de cabra estofada, que el cocinero confesó es una receta que le enseñó a preparar la familia de su nuera Arancha, originaria de Icod el Alto. Y de postre... un oasis de auténtico placer.

(Avenida de La Constitución, 46, Centro Comercial El Pozo, Local 9, Candelaria; lunes a viernes, de 12:30 a 22:00; sábados y domingos, de 9:00 a 22:00 horas; días de fiesta, sábados y domingos, brunchs de 9:00 a 11:30 horas; tfnos.: 822 04 22 63 ).