La voz morra quizás aluda a un accidente geográfico de menor envergadura que montaña, morro, cabezo o volcán, tal y como recoge el filólogo y escritor Maximiano Trapero, pero sin duda se trata de un término descriptivo que se ha convertido en común en el habla popular y que, además, encierra un propósito claramente funcional, por cuanto ayuda a situarse y orientarse en un determinado espacio, tal y como sucede en La Esperanza.

En su obra El léxico de las elevaciones del terreno en la toponimia de Canarias, el filólogo y escritor Maximiano Trapero, Premio Canarias de Patrimonio Histórico 2017, señala que «aquellas elevaciones del terreno que tienen forma redondeada, tanto en la base como en la cima, se denominan en la toponimia canaria, por orden de frecuencia, como montaña, morro, cabezo, volcán...». En este sentido, la voz morra quizás aluda a un accidente geográfico de menor envergadura que los anteriores, pero sin duda se trata de un término descriptivo que se ha convertido en común en el habla popular y, además, que encierra un propósito claramente funcional, por cuanto ayuda a situarse y orientarse en un determinado espacio.

Y esto sucede así, por ejemplo, en el núcleo tinerfeño de La Esperanza, en el municipio de El Rosario, donde ni mapas ni folletos reflejan punto alguno que se denomine La Morra, si bien este nombre es bien reconocido por las gentes del lugar. Hubo un tiempo en el que un personaje singular de esta zona, un hombre mayor, ataviado con la icónica manta esperancera y tocado con el tradicional sombrero, servía de guía a los forasteros que se adentraban por estos pagos, pero tristemente falleció hace unos meses. En consecuencia, ahora se precisa aguzar el olfato para localizar el lugar, aunque basta con seguir el origen de ese aroma que desprenden las brasas para llegar sin pérdida al restaurante del mismo nombre.

Situado en el conocido como camino de Las Rosas y envuelto en una cuidada y vistosa fachada de piedra, este local de una sola planta, con terraza apropiada para el tiempo de verano, desprende un carácter familiar y esa particular esencia del guachinche. 

Hace ahora nueve años, a Ricky, trabajador de la construcción, lo golpeó la crisis; se lió la manta a la cabeza (la esperancera, claro ) y tomando el lema heredado de su padre, «Pasencia, paisano», decidió que había llegado el momento de edificar una fructífera alianza con Cruz, su mujer. Así fue cómo ella tiró de su buen manejo del recetario popular, mientras él regresaba al fuego, el origen de todo.

Desde entonces, la carta de La Morra se ha venido recitando con un gusto particular. La sustanciosa sopa de cabra tiene aquí un considerado hueco, bien calentita, que comparte con el venerado potaje de berros y las siempre agradecidas sopas de pollo.

Con sencillo jeito, Juan deposita sobre la mesa la ensalada templada de la casa, orgullo de la cocinera: brotes verdes con rulo de cabra, pellas de gofio, tomates cherry y frutos secos, más el preciso aliño de miel de palma; la ensaladilla de batata, suelta y dulce, con mayonesa casera, se acompaña de pata asada y notas de pimentón; y otros guiños, unas garbanzas, dignas de sopetear, o las croquetas variadas.

Los guisos no defraudan, desde el bacalao encebollado, las potas, una carne fiesta o la cabra, con los matices de su elaboración con vino tinto. Y destacan las carnes a la brasa: chuleta, secreto, entrecot o el bichillo, bien selladas y jugosas por dentro. En el capítulo dulce, Cruz despliega su sabiduría en tartas de chocolate y café; mousse de higo o quesillos. 

(La Morra, Las Rosas, 34, La Esperanza; miércoles y jueves, de 13:00 a 17:00; viernes y sábado, de 13:00 a 17:00 y 20:00 a 23:00; domingos, de 13:00 a 17:00; tfno.: 676 307 390).