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Castañas, higos, almendras y dulces para alimentar la celebración de la muerte

Las fiestas están íntimamente ligadas a la gastronomía, a la cocina popular, callejera, que es sinónimo de compartir no solo sentimientos, sino también recetas y platos típicos

Castañas asadas con matalaúva, un clásico. El Día

Los ritos funerarios asociados al culto a los antepasados y las creencias en una vida más allá de la muerte representan una de las primeras manifestaciones culturales de la Humanidad. Así también lo entendían los antiguos habitantes de las Islas, que embalsamaban a algunos de sus muertos y solían sepultar los cuerpos al abrigo de cuevas naturales, en una imbricación compleja e indisociable entre vivos y muertos, Junto al difunto y además del ajuar –de modo genérico sus enseres personales–, en ocasiones se han encontrado ofrendas alimenticias: cuencos, colmillos de cerdos, cráneos y cuernos de cabras, esqueletos de perros, moluscos o peces, que merecen la consideración de piezas simbólicas.

La llamada momia de San Andrés, así conocida por haberse localizado en un lugar próximo a este barrio costero de Santa Cruz de Tenerife –que se encuentra expuesta en el Museo de Naturaleza y Arqueología (MUNA)– fue hallada con varios cuencos a su lado a modo de ofrenda para el tránsito al más allá.

Con el paso del tiempo, los ritos mortuorios en la intimidad del hogar han ido cayendo en desuso, una práctica en la que la gastronomía tenía un papel relevante, no en vano el hecho de masticar se asocia a la idea de sobrevivir. Nos recuerda que seguimos vivos y que una de nuestras funciones vitales es alimentarnos. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo», reza el refrán, o como escribió Miguel de Cervantes en su obra El Quijote, «váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza».

Las fiestas populares están íntimamente ligadas a la gastronomía, a esa cocina popular, callejera, de celebración y que es sinónimo de compartir no sólo sentimientos, sino también las recetas y platos más típicos. Respecto a las costumbres, a pesar de que han ido cambiando con el paso del tiempo o se han visto desplazadas, los más jóvenes solían visitar las casas del pueblo, tocaban en la puerta y preguntaban: «¿Hay santos?». La dueña respondía que sí, depositando entonces en sus talegas almendras, nueces, higos pasados o castañas. Cuando los niños llenaban la talega volvían contentos a sus casas. Por la tarde se reunían las familias, en recogimiento íntimo, y gracias a la tradición oral era la mujer de mayor edad la encargada de contar anécdotas, manteniendo vivo el recuerdo de los familiares que se habían marchado, mientras se compartía una comida con frutos de temporada.

Para ese día se compraban castañas para comerlas asadas, con matalaúva, así como almendras y otras frutas. También se pasaban higos y tunos (higos picos), y a los higos pasados o porretos se les introducía una almendra en su interior. Se hacían platos más elaborados como el queso de almendras e higos, el popular frangollo, pelotas de gofio, piñones e incluso se mataba algún animal, habitualmente un cochino. Se tenían igualmente a mano los licores y mistelas para compartir con quienes fueran llegando.

Hay quienes todavía mantienen la costumbre de amasar el llamado pan de Finados, elaborar pan de huevo, botadas o empanadas, entre otros. La mayor parte de las diferencias en cuanto a quiénes participan de este ceremonial (la familia, los jóvenes o los vecinos), dónde se desarrolla y qué tipo de productos se consumen, se explican por el carácter familiar de la tradición, por las características concretas de una zona o bien por las posibilidades de cada economía familiar.

No es nada extraño que la dulcería de estos días sea tan similar a la de otras épocas del año, como los casos de Semana Santa y Cuaresma, a base de buñuelos (de viento o de calabaza), flores fritas, pestiños y otras delicias, caso de los panellets, extendidos ya por todo el país desde Cataluña, que comparten el protagonismo de la almendra en su elaboración con otras viandas tradicionales.

Sin duda, en este capítulo dulce destacan los huesos de santo, los más populares. Se trata de un bocado hecho a base de una masa, básicamente de mazapán, que se rellena de una crema de yema y finalmente se glasea. El mazapán es un invento probablemente andalusí, pero estos dulces tienen un origen posterior, en el siglo XVII. Sin embargo, el nacimiento concreto de los huesos de santo no está claro, lo único cierto es que las primeras menciones escritas sobre ellos datan del siglo XVII.

Desgraciadamente, víctimas de la globalización, las tradiciones se están perdiendo en muchos rincones de las Islas, una muerte amarga que en este caso se debe, en gran parte, a la influencia anglosajona con la fiesta de Halloween.

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