Se advierten indicios, la mayoría de ellos vinculados a las dos protagonistas, que indican que algo positivo se mueve en el seno del último thriller de Gerardo Herrero, un realizador y productor español que tiene como asignatura pendiente en toda su filmografía, integrada por una veintena de largometrajes, un género que se le ha resistido más de lo que hubiera deseado.

Lástima, por ello, que a la postre haya perdido en parte una nueva oportunidad para cambiar el signo de las cosas. Porque aunque los comienzos eran prometedores y la presencia de dos actrices magníficas, una Maribel Verdú en plena forma y una muy seria Aura Garrido, encaran con vigor y acierto el relato, la evolución final de la trama y la solución que se da a la misma termina por dañar la película. La mayor virtud y el gran desafío del director, con mucho, ha sido situar en el reparto a dos mujeres y más aún en los cometidos principales, sobre todo teniendo en cuenta que ambas ejercen de inspectoras de policía, una profesión que se prodiga muy poco en la pantalla.

De este modo, ambas son las que llevan las riendas de una investigación más que delicada, dejando en la sombra al comisario de turno. Sobre ese punto de partida hay que colocar a las dos protagonistas, Carmen y Eva, que han formado equipo con el fin de resolver el extraño caso de unos crímenes que están relacionados con unos grabados de Goya, los famosos Caprichos, por cuya propiedad se enfrentan "a muerte" amantes del arte dedicados a las subastas. La clave hay que buscarla en un ser desequilibrado que forma con los cadáveres que colecciona escenas de los Caprichos.

La cinta aporta ingredientes solventes sobre la personalidad de Carmen, que atraviesa una crisis personal y profesional acusada y que se carga de problemas y de graves complicaciones sentimentales, que pecan de falta de credibilidad. Hay, aun así, algún intento por superar los obstáculos, pero la investigación pierde con ello interés y no se encaja como debiera en un desenlace que parece precipitado.